El colegio secundario, esperaba con sus desafíos y decisiones.
Yo soñaba con ser docente, desde siempre, soñaba con un aula y alumnos, los que guiaría por las páginas del conocimiento... la sola idea me emocionaba, pero mi madre no estuvo de acuerdo, cambió mis planes de entrar a un normal y me condicionó a seguir alguna carrera universitaria, por lo que la elección fue, un bachiller.
El primer día de clase, los alumnos de quinto año, se negaban a entrar al colegio, en protesta por la resolución de imponer una aprobación con siete, cuando en años anteriores, solo se les pedía alcanzar un seis.
Mi hermana retomó conmigo y las dos viajábamos de cincuenta minutos a una hora, porque mi madre temía que no pasáramos un examen de admisión, y el San Martín, nos recibió a todos los que huíamos de ese desafío.
Todo se me hizo muy complejo, los profesores, los preceptores, jefes de preceptores y también rectoría sonaba como un lugar de temer. Muchos reglamentos y requisitos me asustaron, pero sabía que solo era el comienzo.
Mis compañeros de primero quinta, eran divertidos en su mayoría, pero también complicados. El colegio, tenía menos chicas, porque originalmente, el colegio fue exclusivo de varones, en la época en que los colegios secundarios no eran mixtos.
Tuvimos algunos profesores inolvidables, como la profesora Fraga de castellano, a un año de jubilarse, e integrante del primer staff de profesores del colegio, allá por 1945. Ella me enseñó de imágenes, metáforas y del sonidos suaves o fervorosos en los versos de una poesía. Esas letras que me ayudaron a drenar tantas tristezas y alegrías, para que no se atascaran sin remedio en mi garganta.
El profesor Carnevale, de dibujo, también del grupo original de profesores del colegio. Sus dibujo a pizarrón completo en tizas de colores, su insistencia en que presentemos la carpeta, aunque no recordaba que ya la había calificado muchas veces y sus largos discursos, sentado en frente de la clase, con sus piernas cruzadas y los anteojos descansando en sus rodillas. Sus conocimientos fluían como una lección aprendida de memoria, que se repetía en bucle una y otra vez.
La profesora de historia, tan temida, con sus pedidos de cuadernos de cien hojas numeradas, para que no las podamos sacar sin que se note, y sus interminables cuestionarios de casi cien preguntas, que solo lográbamos completar consultándonos y colaborando entre los compañeros. Detrás de su fachada dura, y por momentos desgarradora, cuando se deshacía en lágrimas en medio de una clase, tenía una historia oculta de apariencias y egoísmos, que me fue revelada muchos años después.
La profesora de biología, que solo ponía nota de concepto, por trabajos muy complejos, pero, que nos enseño a partir una palabra larga o difícil, para poder memorizarla mejor. Y así me quedó grabado eritroblastosis fetal, o ácido desoxirribonucleico, su asombrosa partición de manzana con solo sus manos y la espantosa experiencia de la vivisección del sapo. También recuerdo la excursión al Museo de Ciencias Naturales, donde vi la majestuosidad de un águila con sus alas desplegadas, lo monumental de un dinosaurio y su permiso para acceder a una parte del museo, con restricción para adultos, en donde se exhibían figuras, que demostraban las indescifrables consecuencias de las enfermedades de transmisión sexual. ¿Estuvo bien?.. tal vez, pero no tenía la autorización de nuestros padres. Y para la frutilla del postre, nos largó en la puerta y se fue a su casa. Mi amiga Carmen, sigue contando esa historia a todos, porque no podía creer que yo no supiera volver a mi casa. Bueno, por suerte, ella sí... jajaja. Yo estaba asustadísima, nunca salía de mi casa sola, o si, pero con instrucciones o un planito hecho a mano por mi madre. El tema, es que caminamos mucho, porque yo no quise tomar el colectivo, en paradas desconocidas y solo lo hice en la parada cercana al colegio. Por suerte, Carmen vivía en Almagro y no tan lejos de la parada. Todavía me reta, porque no nos vemos muy seguido y creo que no me cree que es mi única amiga.
Y... obvio, mi pesadilla... las clases de educación física que nunca pude disfrutar. Ese año, el patio del colegio se dividía en dos, las de primero, compartíamos espacio con las chicas de tercero y en el otro extremo, los chicos de quinto, pero esta disposición, traía mucha distracción a chicos y chicas, por lo que en años sucesivos, el colegio, impartió las clases, en Caballito, donde está la cancha de Ferrocarril Oeste. Nuestro lugar, era un ex cancha de tenis con piso de goma (ya desgastada y rota). Desde allí, se veía la cancha, donde en oportunidades, los equipos de fútbol entrenaban. La clase comenzaba con trote por fuera de la cancha, por debajo de las tribunas y terminábamos entrando a un pasillo, desde donde se veía la cancha de básquet, que siempre lucía impecable. Agotadores diez minutos de trote rápido, que terminaba con nuestro aliento... bueno, hacíamos lo que podíamos. El tema, es que mis compañeras disfrutaban jugando al vóley... yo prefiero ni hablar del tema, pero... a veces zafaba con pruebas de resistencia. Ni un recuerdo bonito.
La profesora de geografía, que su marido era astrónomo, nos deslizaba sus ideas de extraterrestres, los misterios del cosmos, las propiedades y la leyenda de las calaveras de cristal y el misticismo de Egipto. Las sirenas y los ovnis en los grabados. Yo la escuchaba con mucha atención, porque desde pequeña, mi padre me hizo entender, que no tenía lógica que la divinidad, Dios, o como prefieran llamarle, crearían un universo, solo para nosotros. Además, siempre sentí una fascinación inexplicable por Egipto, sentía que era un lugar apartado del tiempo y la geografía, con más misterios de los que los eruditos se permitieran aceptar. Con el tiempo, reconocí el legado de la India y su arquitectura antigua sin justificación real, los Mayas, los misterios de la antigua mesopotamia y su innegable legado en los Persas y podría seguir, pero no es el tema. Bueno, en realidad no sé todo lo que me gustaría, pero creo, que sería imperioso que la humanidad entienda de esa herencia poderosa y negada, para no desaparecer en el tiempo.
En primer año, un compañero, propuso hacer la broma, que consistía en, entrar en el recreo, tomar una carpeta al azar, y mezclar todas las hojas y después reírse de la víctima, no voy a decir su nombre, pero él se hizo cargo después de muchos años y desde su residencia en España. Y, aunque parece cruel, creo que no había maldad. Los chicos escribían con tiza en mi pupitre, "El kiosquito de Marchetti", porque yo, nunca me negaba a compartir lo que tenía.
Un día, un profe, los encontró haciendo algo, que a su criterio, era para amonestar al grupo completo, y llamó al preceptor, quien advirtió la picardía y aguantó la risa. Completó el parte y se retiró como si todo estuviera bien, pero... resultó que todo el grupo de apellidos, formaban parte de la selección nacional... y si, eran ingeniosos... y el preceptor muy joven.
Más tarde, me sentaron al lado a un compañero medio conflictivo con los demás varones del curso, supongo que para evitar que sea menos molesto y mantener la clase en paz, mi especialidad desde la primaria, siempre el complicado pedido de calmar a la fiera. Yo le tuve mucha paciencia, hasta que un día, se enojó y me dijo "momia"... y me ofendí tanto, que yo le contesté con un apodo que le decían los demás compañeros, quedamos enojados y dejamos de hablarnos unos días, y creo que fue un alivio. Alguien le había dicho, que tener un apellido francés y ser rubio, lo hacía superior en algún sentido, y no, pero, espero que alguna vez lo haya entendido.
Un compañero me preguntó un día, si podía acompañarme a la parada de colectivo, y aunque me parecía un lindo chico, le dije que no, que yo iba con mi hermana jajaja, y después me arrepentí, pero no hablamos más. Con el tiempo, otro compañero, me dijo que yo le gustaba y con cualquier excusa, vino alguna vez a mi casa, pero, a mi no me pasaba lo mismo, aunque sí admiraba su memoria. En realidad, yo miraba a un chico de tercero, con el que viajábamos en el mismo colectivo todos los días, pero nunca hablé con él.
Mientras tanto, ese año nos mudamos a una cuadra de dónde vivíamos hasta ese momento, era una de esas casas con habitaciones que daban a una galería, muy cerquita de los pintorescos pasajes de Villa del Parque.
Mi madre, insistió en que formáramos parte de algún grupo de la Iglesia, como había hecho ella en su juventud. Primero lo intentamos en la Parroquia Santa Rita y finalmente, encontramos un grupo más cálido de acción católica en la Iglesia Santa Ana, cerca de la estación. Pero, cuando la dirigente del grupo, se casó, no pudo seguir y el grupo se deshizo.
Mientras tanto, en el colegio, nos reuníamos en los recreos, con dos compañeras de mi hermana, con las que una vez, fuimos a Pumper Nic. Y también, habíamos comenzado una amistad con una chica del comercial, pero, quedó en la nada.
Mi padre, tenía un compañero de trabajo, que llevaba un don para el canto y la guitarra, que había heredado de su abuelo, uno de los virtuosos guitarristas de Gardel. Con él incursionó, en el arte de hacer guitarras, algo así, como un luthier intuitivo, que con el tiempo y el asesoramiento de su compañero, llegó a hacer guitarras de medio concierto, pero solo por pedido. También, intentó impulsarlo, para incursionar en concursos de televisión, porque estaba deslumbrado con su voz, afinación y el mencionado virtuosismo en la guitarra. Había compuesto, creo que era un tango o un vals de su autoría, llamado "Viaje a Estambul". Mi padre, golpeó puertas con el grabador a cuestas y le consiguió un lugar en un concurso que promocionaba "Grandes Valores del Tango", pero... el día de la audición, se quedó dormido y no fue. La decepción de mi padre, que incluso, le había prestado un traje y creo que hasta le dió la plata para el viaje, fue tan grande, que no volvieron a hablarse y tampoco volvió a armar otra guitarra.
Segundo año, traería aún más sorpresas. Mi hermana se cambió de colegio, pero yo no quise, necesitaba arraigarme a algo, y me hice cargo de mi viaje a solas.
Ese año, éramos solo tres chicas en el curso, cursando con trece varones. Una de las chicas, vivía cerca de mi casa y nos fuimos haciendo amigas. Ella, era mucho más sociable que yo, tenía un grupo de amigos, que hacían "asaltos" en sus casas, bailaban en el patio, mientras que, la familia dueña de casa, estaba adentro y todo era muy sano.
Yo me divertía mucho con ella, porque era muy extrovertida y siempre planeaba situaciones "mágicamente perfectas", al menos, eso parecía en un inicio. Así, entre ella y la madre, planearon que conociera a Sergio, un amigo de ellas, que vivía en frente. Curiosamente, todos creían que estábamos saliendo, pero... solo bailábamos de vez en cuando, cuando salíamos con el grupo de amigos de mi compañera. Así pasaban los días, mientras su amigo Alejandro, venía a esperarme a la puerta del colegio "de parte de Sergio" y nos volvíamos a casa entre risas y comiendo las garrapiñadas que él me traía de regalo. También bailábamos juntos cuando el grupo se reunía. Alejandro, vivía en un pasaje cerca de casa y cuando venía a charlar a la puerta de mi casa, mi madre se enojaba, porque no entendía ese extraño acuerdo con Sergio... y yo tampoco.
Todo terminó cuando me cansé de que me vieran como la chica que salía con Sergio, cuando, en realidad, solo una vez me puso un brazo en el hombro y eso fue lo más osado que sucedió. Así que, lo dejé una noche que íbamos al cumpleaños de quince de la otra compañera de curso.
Esa noche, había varios chicos del colegio en la fiesta, incluso un preceptor. Yo bailé toda la noche, con un chico de tercero que se llamaba Jorge y quedamos en charlar cuando nos viéramos en el colegio, pero como tenía muchas admiradoras, solo se paraba cerca de mí, pero me daba la espalda mientras conversaba con otras chicas.
Mi compañera Ana, la quinceañera, me preguntó el lunes en el colegio si me había gustado algún chico, de los que estaban en su fiesta, y le dije que no, por vergüenza, pero al otro día, después de haberlo conversado con mi amiga, decidimos decirle que si, que alguien me había gustado, pero ella me respondió que había tres chicos que querían salir conmigo y me los señaló, pero, me dijo que si era Jorge, ya era tarde, porque ya estaba saliendo con una amiga de ella. Yo creo que fue mejor así, porque los veía siempre discutiendo en la esquina del colegio. Un día, ella me vino a aclarar que ella salía con Jorge, y yo me mantuve neutral, aunque, era muy obvio que era una advertencia, y no sé por qué, si en realidad, no volvimos a hablar... cosa de chicos.
Ese año, para mi cumpleaños, encontré entre mis carpetas, un estuche, con una cadenita de plata, con un dije de corazón que decía "Amor". Sorprendida por el regalito sin tarjeta, decidí usarlo, para ver si alguien decía algo... pero no. Yo supuse que sería de ese compañero que algunas veces vino a casa y quería salir conmigo, pero, no lo pude corroborar, aunque, alguna vez me dijo que había llorado por mí y medió mucha pena, pero no podía hacer nada. Él me acompañó a casa el día que repetí, porque me puse a llorar y no me quiso dejar sola... fue un gesto muy lindo. Años más tarde, volviendo de Malvinas, volvió a buscarme, pero yo ya me había casado y ya no vivía en la casa de mis padres.
Ese año, se jugó el mundial de fútbol en Argentina y nos corrieron las vacaciones. Se podían ver chicos en los pasillos del colegio con una radio, o algunos profesores, más empáticos, los dejaban escuchar los partidos en el aula.
Todavía me causa gracia cuando lo recuerdo... y fue así, una tarde, al finalizar la clase, teníamos que reunirnos en el patio, para celebrar un acto, no recuerdo bien de que. Llovía, y segundo quinta, tenía su aula en el anexo del colegio. La forma posible de acceder al resto del colegio, era por un pasillo, que en partes, no estaba techado. Para los actos, debíamos llevar pollera hasta las rodillas, medias tres cuartos azules y mocasines negros, que hasta el momento, no tenían suela de goma. Por algún motivo, salí casi última del aula y crucé apurada el pasillo con charcos de agua. Sin siquiera darme cuenta como, me caí sentada en el agua, y cuando levanté la vista, un preceptor me miraba sin hacer ni un gesto, mientras me preguntaba... ¿Se cayó Marchetti? y la tentación, era decirle, no, estoy jugando con el agua.... jajaja. Pero, entre la vergüenza y lo tentada de risa que estaba, solo contesté si y acto seguido, volvió a preguntar... ¿Está bien?, pero sin hacer ni un amague de ayudarme, siempre en distancia. Contesté sí nuevamente y me fui a la fila. Supongo que se habrá reído cuando me fui, y yo también seguía tentada, lo difícil fue explicar, por qué tenía mojado el guardapolvo.
Al año siguiente, otra vez en segundo año, pero con otros compañeros, solo me dolió que mis ex compañeros me ignoraran y mi amiga ya no estaba en el colegio, por lo tanto, pasé el año bastante sola, por elección. Y, otra vez, compartía pupitre con varones complicados, a los que sentaban a mi lado con la ilusión de tener la clase en paz. Creo que algunos pensaban que era como un castigo para apartarlos del grupo revoltoso, pero no imaginaban, que realmente a mi me daba lo mismo si estaban o no.
Todo sucedía en un gobierno de facto, y el colegio paso a tener un interventor y un vice interventor militar, por lo que el reglamento del colegio, se volvió más estricto. Debajo del guardapolvo, solo pantalón azul o negro, mocasines negros y medias tres cuartos azul, si había pollera, debía ser larga hasta las rodillas, la ropa que se podía ver entre las solapas del guardapolvos, podían ser: blanca, azul o celeste. De no ser así, el cuello debía cerrarse con un botón extra, para que no se vea otro color que no sea uno de esos permitidos. Además, pelo atado, sin flequillo y vincha azul. En los actos del colegio, era imprescindible la ropa reglamentada, más el escudo del colegio. Estos requisitos, eran el filtro entre poder entrar o no al colegio y cada falta, se contaba como doble. Lo más cruel, era si te tocaba formar en la escalera del patio que te llevaba al laboratorio, porque no estaba techada y si llovía... nadie te sacaba de ese lugar hasta que no terminara el acto.
Y si, no todo fue malo, también conocí a un chico que vivía a cinco cuadras de casa, un acuariano, muy divertido, muy celoso, muy orgulloso y buen amigo. Fue algo muy inocente, éramos muy chicos y salimos seis meses. El iba al colegio parroquial, de la parroquia donde yo tomé mi primera comunión y me confirmé. Un día vino asustado, diciéndome que había soñado que yo entraba a la iglesia con otro del brazo y me casaba, yo me reí en el momento, pero sí... me casé en esa Iglesia, con quien fue por veintinueve años mi marido.
Por años, no recordaba por qué nos habíamos peleado, pero, con el tiempo recordé, que yo lo dejé, porque recibía invitaciones a cumpleaños de sus compañeros, donde sabía que también iban chicas. Como no quería llevarme porque decía que eran "buitres", me enojé porque me pareció injusto. Cuando me dijo por tercera vez, mi madre me aconsejó que también yo fuera a bailar, y se lo dije, pero, supongo que no me creyó. La discusión vino por eso y porque yo había bailado con un chico que quería que nos volviéramos a ver. El no cedió, yo tampoco y corté todo por teléfono, mientras me advertía que me iba a arrepentir.
Él me había prometido, que cuando cumpliera quince, me iba a saludar, aunque estuviéramos peleados y yo lo esperé ese día frío y lluvioso... pero no. Un tiempo después, me lo crucé otra vez y me dijo que nos podríamos volver a ver para conversar, pero tampoco sucedió. La última vez que lo vi, me sorprendí, porque no me di cuenta que estaba caminando por la calle en la que todavía vivía. Yo volvía de la plaza con mi primer bebé en el cochecito y con nosotros, iba mi madre. Él estaba lavando el auto, y fue tal la sorpresa, que solo dijo...¡Hola!. También recuerdo que siempre me decía, que como éramos muy chicos, que cuando enviudara, lo llame, y yo me enojaba, porque no solo no quería quedarse conmigo, sino, que además, quería que quede viuda. Y, no sé como lo hizo, pero también acertó con eso... aunque yo no volvería a llamarlo.
Norma.