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jueves, 3 de febrero de 2011

Decidir mi destino.



Era una tarde que no recuerdo con detalles, debido a que sólo contaba con cuatro años, mis padres pensaron que era bueno que yo pasara un tiempo en casa de mi madrina (que era la hermana mayor de mi mamá). Ella estaba casada con un hombre que le llevaba diecisiete años y no habían podido tener hijos, pero eso no era un problema, debido a que se querían y necesitaban mutuamente.
En el año siguiente (1970), yo comenzaría primer grado y creyeron que era el momento oportuno para alejarme por un tiempo hasta que la situación económica mejorara. Esa tarde, partimos llevando mi bolsito amarillo, la “pepona de mi hermana” y mi tristeza. Mi tío se había jubilado como ferroviario y no le era tan costoso viajar en pullman y con dormitorio. Nunca había vivido esa experiencia, pero como ellos eran tan buenos, también recuerdo que iba algo ilusionada.
Mis días en aquella casa, se transformaron casi en un cuento de hadas. Por las mañanas, me levantaba a eso de las diez, en el fondo de mi cama, siempre tenía un vestidito bien planchado y en el piso, las zapatillas (o zapatos) impecables y con talco. El desayuno estaba servido, con tostadas y dulce casero, o torta. Por lo general en las mañanas salíamos a hacer algún mandado y después volvíamos a almorzar. La siesta, en aquellos tiempos era sagrada y mi tío solía lavar los platos para que mi madrina, no tardara tanto en irse a descansar.
En aquella época, era algo común tener un puertita que cotaba el ligustro y nos permitía tener acceso a la casa del vecino (sólo cuando era necesario). Es así, que yo sabía que en la casa lindante vivían tres niños, dos nenas y un varón y como es de suponer, los observaba jugando en su parque o jugando en su pileta de lona a la hora de la siesta. Por las tardes, al terminar la siesta, merendábamos, nos bañábamos, nos poníamos “la ropa para la tarde” y las cadenitas, pulseritas o anillitos de oro que tuviéramos. Con la puerta de calle abierta, los chicos salían a jugar a la vereda mientras que algún mayor los cuidaba sentado en la verja de su casa o en alguna silla que era sacada afuera.
Poco a poco comencé a participar de los juegos que organizaban los chicos de la cuadra, a pesar de mi gran timidez. Un día los vecinitos de al lado, me invitaron a ir a jugar a la hora de la siesta a su casa, pero cuando en medio de los juegos sonaba la sirena de la fábrica, corríamos a escondernos porque nuestros mayores decían que era “la solapa” que venía a buscar a los niños que no dormían la siesta. Por las noches, después de cenar y si el tiempo acompañaba, todos salíamos a la vereda, los mayores acercaban sus sillas a las de los vecinos y los chicos organizábamos juegos. Corríamos hasta que alguien decía que era hora de dormir y refunfuñando entrábamos a nuestras casas a bañarnos y a dormir.
Los días transcurrían entre algunas prohibiciones de mi madrina y permisitos de contrabando de mi tío. El otoño llegó y con él, las lluvias y los vientos, las tardes se desteñían en grises y yo solía pasar largas horas “en la tiendita” que tenían mis tíos. Era un pequeño negocio que me fascinó por los colores de las telas, los dibujos de las puntillas, la suavidad de las cintas razadas, las cintas al bies, el brodery y la infinidad de variedad de camisones y ropa interior que aún hoy tanto me atraen.
Y después del otoño llegó el invierno y más tarde la primavera y nuevamente el verano. Sólo recibía de mi familia cartas que me leía mi madrina. No estaba triste y no entendía muy bien cual era la situación, pero dentro de mí, sabía que esto iba a terminar y no había certezas de cómo me iba a sentir cuando regresara y ya no fuera la nena consentida y mimada que vivía con todas las comodidades en una gran casa.
Como todo en la vida, llegó el momento de regresar, a pesar de mis miedos y la profunda tristeza de mis tíos que no tendrían más mi imagen infantil llenando sus días.
Recuerdo que mi familia vivía en una pequeña casa, muy humilde, porque aquellos años fueron terriblemente difíciles. Mi madre abrió la puerta y no sé cual de las dos retuvo más tiempo las lágrimas, lo que sí sé, es que me contaron que mi hermana lloraba por las noches y pedía que yo regresara. De ahí en más, me queda el recuerdo de mi hermana que sacó una moneda de un peso que guardaba para mí y me llevó al kiosco para comprarme caramelos.
Se acortaban los tiempos y mis tíos con todo el dolor en sus almas debían partir, pero conservaban la ilusión de verme corriendo a sus brazos y regresar conmigo. Pero, a pesar de mi corta edad, tuve la responsabilidad de decidir el destino de varias personas, entre las que me incluyo. Mi madre les dijo a mis tíos que la decisión era mía y yo opté por elegir a mi hermana que no dejaba de mirarme con la desesperación de perderme una vez más...

Encontrar otro lugar.

Tal vez por mi corta edad, no recuerdo exactamente en que el mes, pero si sé, que corría el año 1968. Vivíamos en una ciudad que está a unos 100km de Buenos Aires.
Yo tenía tres añitos y mi hermana algunos más. Mis padres eran personas que creían en que el progreso se conseguía a base de sacrificios y trabajo, por ese motivo, decidieron probar suerte en otro sitio. Fue así, que en su afán de encontrar el lugar que les brindara otras posibilidades, decidieron que mi padre viajaría a Mar del Plata en busca de un trabajo que les permitiera realizar tal sueño.
En uno de los tantos viajes, le ofrecieron un trabajo como encargado de un hotel. De inmediato, comenzaron los preparativos y finalmente, dejamos atrás los parientes, la “chatita”, mi amiguita María José, el trabajo de mi papá en la fábrica y la casa que alquilábamos. Como es de suponer, no tengo muchas imágenes claras, pero sí recuerdo una, la de mi amiguita llorando desconsoladamente mientras la saludábamos a través de la luneta trasera del auto que nos llevaba a la estación.
El hotel no era muy grande y no tenía demasiados residentes, porque creo que había terminado la temporada, esto lo deduzco porque yo cumplo los años en Julio y recuerdo que mi madre me hizo una torta decorada con gajitos de mandarina para cuando cumplí 4 añitos.
Nos divertíamos mucho subiendo y bajando por las escaleras y recorriendo los pasillos de las habitaciones vacías. Recuerdo que un día, vino un vendedor con la novedad de una pantalla que se ponía sobre la del televisor, y según él, de esta manera, se podía ver imágenes en color. Lamento decepcionarlos, pero sólo se trataba de un celuloide pintado con rayas transparentes de colores.
Como nada es eterno, un día vino el dueño y dijo que iba a poner a la venta el hotel. Como es de suponer, así comenzó la odisea de encontrar otro lugar. Gracias a Dios, mis padres nunca nos hicieron sentir la preocupación y desamparo que sentían en esas circunstancias.
Esta etapa de nuestras vidas fue muy difícil, porque era complicadísimo sobrevivir en un lugar que revivía cuando llegaban los turistas y la gente se agolpaba en las playas y las calles del centro, mientras miraban al mar como quien observa deslumbrado un ocaso en el campo o el cielo despejado de una noche de verano.
Sería muy tedioso contarles todos los lugares en los que vivimos, lo que sí es verdaderamente
importante era la fuerza que mis padres le ponían a todo. Mi madre era modista y mi padre era electricista, pero los dos habían aprendido a hacer infinidad de otras cosas. En las etapas en que el trabajo bajaba mucho, mi padre (que era muy habilidoso trabajando la madera), hacía fosforeras, repisitas etc., luego, entre los dos las pitaban y barnizaban y mientras mi madre nos cuidaba y cosía algunos encargues para los vecinos, mi padre tomaba la bicicleta y con el bolso lleno de mercadería, recorría las calles de los barrios ofreciendo (siempre con un chiste o una sonrisa) los diferentes modelos de sus productos. Pedaleaba hasta vaciar el bolso. En esas gélidas noches de los inviernos marplatenses, esperábamos preocupadas escucharlo silbar a lo lejos y momentos después abría la puerta con sus manos semicongeladas, una sonrisa en los labios y caramelos.
La temporada de playa para nosotras, comenzaba con los primeros días primaverales, cuando mi madre al volver del trabajo, nos pasaba a buscar al colegio con un bolsito (al mediodía) y de ahí, nos íbamos a la playa a disfrutar del privilegio de jugar de locales. Esto compensaba el miedo que nos provocaban las tormentas de huracanados vientos que nos hostigaban en los interminables inviernos.
Con el tiempo mis padres lograron comprar un terreno y construir una casa rodeada de árboles frondosos.
En Abril o Mayo de 1974, mis padres decidieron vender todo y mudarse a capital y así empezó otra historia, pero allí quedaba mi infancia de inocencia y recuerdos de arena y sol.

Norma.

Mi identidad



De raíces italianas, con sueños de prosperidad. Con historias tan
románticas, como la de mi abuelo enamorándose de una muchachita de
agraciada voz, que cantaba asomada en un balcón, de la novelesca
Venecia. De esa unión, sellada en Italia, nacerían ocho pequeños
(siete argentinos).
Desde Ancona partía un barco con un joven de diecisiete años que
escapaba de la guerra. Con un cargamento de soledad y sin conocer
siquiera su segundo nombre. Poco sé de esos primeros años, pero marcó
su vida al enamorarse, con casi treinta años, de una encantadora
criolla de quince años, que posteriormente fuera madre de sus seis
hijos. Mi papá, uno de los más pequeños y el único que heredó el
rojizo cabello de mi abuelo.
El mar en sus azules ojos, el recuerdo indeleble de sus familias, de
su idioma, de sus dialectos y las ilusiones pagadas con sudor durante
las sequías de los colosales campos pampeanos y las perpetuas horas
de abnegado esfuerzo en los hornos de ladrillo.
Mis padres, casi nómadas, eternos idealistas, en busca de su lugar
en el universo.
Mi padre, era una especie de mago-inventor, un sabio sin títulos, un
optimista compulsivo, un santo por su generosidad casi extrema, un
infante por su simplicidad y sus berrinches, un paradigma por su fe y
su alegría, un imperecedero padre y esposo.
Mi madre, es el tesón, la lucha, la organización, la honestidad. Fiel
a sus amigos, sus recuerdos, sus principios, sus nostalgias, su amor
a la lectura (que heredó de su padre).
Muy adelantada para su época en ideales, afable y tolerante.
Mi única hermana en esta vida, es sinónimo del desinterés y fidelidad
aprendida. Firme en ideales, optimista, amante de la libertad y del
espacio que le permiten encontrar sus pequeños paraísos.
Ellos son una fracción de mi identidad, otra segmento la forje
abriéndome paso entre la multitud, haciéndole frente a las penurias,
cargando con mis errores, haciéndome amar, batallando, pretendiendo,
asimilando de cada experiencia propia y ajena... existiendo.
El toque final, fue esculpido con mi compañero reelegido e hidratado
regularmente de la sapiencia de mis hijos. Ellos son los eslabones
forjados con mi orgullo... uno de ellos, elabora en su vientre otro
eslabón para alargar la cadena de mi identidad.
Entiendo que la identidad es más que un nombre... o una huella digital.

Extasiada de sonidos.



Mis brazos cruzados sobre la mesa, mi cabeza reposando sobre ellos,
un silencio de voces en el entorno y mi cuerpo se distiende. Entorno
mis ojos y relajados mis músculos, delinean una sonrisa a mi
expresión.
Me alcanza la dulce melodía de unas aves y voy desandando el tiempo.
Me vuelvo niña extasiada de sonidos, coros de aves celestiales,
sonidos de paz sobrevolando campos inmensos, frondosos de vida,
infinitos de ecos ancestrales, virginales de guerras, sordos de
bramidos de mar, huérfanos de retumbos humanos. El crujir de las
hojas otoñales, la casi imperceptible eufonía de las flores
bostezando, una gota de agua que cae, estalla y se expande en
círculos.
El viento en su perpetuo juego, envuelve al nogal, sacude al pino y
menea el paraíso, en su incesante melodía oscilante, abraza, huye,
retorna y se repliega en un vaivén de silbidos.
Voces del pasado, hoy ya desvanecidas, vienen desde el recuerdo a
hurgar en mi puericia, e irrumpen en mi paz con su alegría, vetando a
la muerte que nos distancia.
Mi padre con su voz me trae tardes de chocolate con churros y de
cuentos, de inventos, de ilusión y de sorpresas, de proyectos y risas
a la mesa. Tía Luisa con su voz amasa panes, hace tortas de limón,
cocina dulces, se ataja el sol con una mano y se aleja con andar
apresurado. Abuela Ninfa con voz me cuenta historias, brilla con
kerosén el piso del zaguán, se toma un té, juega al chinchón y barre
el patio con la escoba de paja mientras las gallinas picotean la
comida.
El rechinar de la puerta, el sonido metálico del picaporte, el agua
llenando la pava, el golpecito de la puerta de la alacena, el intento
del roce que enciende el fuego, el hurgar en la caja del té, el vapor
que hace bailar la tapa, nuevamente el agua cae como catarata y se
acomoda... finalmente el repicar de la cucharita que se baila un vals
en la taza. Escucho una voz nacida en mis entrañas que me agita
diciendo... –Má, ¿te quedaste
dormida?.

Autorretrato



Tomo mi paleta de papel y mis pinceles pelados. El espejo enfrente

de mí, la silla, el escritorio y las miradas indecisas que no pueden
resolver que retratar.
Improviso un bosquejo a grandes rasgos. Estatura media, acorde el
peso... normal, castaño el pelo y los ojos, tez blanca, manos y pies
pequeños y el cabello natural, sin peinados, medio largo, sin tintura
y alguna cana escondida que me delata la edad.
Paso a los detalles de mis manos imperfectas, que han lavado,
cosido, planchado, mimado, curado, bañado, calmado, vestido,
advertido, cocinado, barrido, colgado, tendido... y escrito palabras
que desnudaron mi alma. Mis ojos que han sonreído tanto, mis noches
de llanto que también me han navegado, mis iras denunciadas y las
contenidas que me ensombrecieron la mirada.
Fusiono los colores con tonos naturales. Montañas, lagos y sol para
matizar mi paz. colosales campos sembrados para mi libertad, cuevas
de hielos eternos para mi tristeza, prados de coloridas flores para
mi niñez, oleajes de indescriptible vigor para mi cólera, pájaros de
indefinible divinidad para mi concepción, mágicas comarcas para mi
origen... y rosas de fuego para mi amor mortal.
Un abanico de gamas en mi espíritu, inmaculados blancos para derogar
las guerras, insondables azules para purificar, verdes perpetuos para
prosperar, anaranjados penetrantes para la ternura, ambarinos
insulsos para mi indiferencia, grises asfixiados para mis rencores,
rozados intensos para mi júbilo, castaños prolongados para mi
constancia y concluyo mi obra con pinceladas en carmesíes de
vehemencia para mi intimidad.
Soy una radiante luminiscencia oculta, soy un río manso que no
dimite su transitar, soy un brote nuevo, endeble, expuesto y a su vez
un titán de pasmosa fortaleza. Soy un junco, una piedra, un volcán
adormilado, un sauce, soy tierra simple y productiva, un ocaso de sol
por su nostalgia, un iceberg por mi reserva, madero sediento de
conciliación y extenso abrazo para cándidas victimas.

lunes, 30 de junio de 2008



Surcos

Y me descubro sensible boicoteándome las lágrimas,
y me descubro flemática en un convenio de ganas.
Con la mirada serena y doctrinas aceptadas,
preservándome del riesgo de vivir desordenada.

Con los surcos de la vida ilustrados en mis manos,
con los márgenes pactados y los ojos alineados,
con vocablos invisibles repudiando mis diatribas,
en el camino del tiempo… con las horas escurridas.

Con el futuro lindante cegándome las distancias,
con el recelo asestado coexistiendo en mis entrañas,
con la avaricia de afecto que me enlaza a mi linaje,
desperdigando optimismo, estimulando el coraje.

Los sentimientos indemnes, inmóviles… absolutos,
justificando las causas de renuncias y de orgullos.
Con experiencias a cuestas como una cruz el la espalda,
entendiendo que certeza… es una creencia vana.

4/11/06


Mansas ramas.

Cercada en un área de negociado formato,
predestinado a los grises invocados con los años.
El oxígeno se filtra más allá de nuestras rejas,
con las plegarias que arrullan y reavivan la conciencia.

La soledad que se mofa, velada entre los cuerpos,
la liviandad de excusas que retrasan un intento,
a mudez que se satura de fantasmas y teorías,
el egoísmo que enlaza certidumbre y fantasía.

Y la obsesión de aislarse de alucinantes criaturas,
agigantando las sombras que describen sus figuras.
El mal sabor que nos deja el cinismo y la codicia
y el sisear de los ofidios con su lengua viperina.

El nido se ha desbordado y aleteando se redimen,
pichones alucinados, por los sueños que persiguen.
Los indultos, las fatigas, los ensayos, los inicios,
son fragmentos que en la vida se someten al destino.

Mi ánimo en suave hierba se relaja complacido
entibiando de sol el iris que se alivia distendido.
La savia de sauce corre sin temerle a la tormenta
mientras sus mansas ramas sobreviven a la afrenta.

8/11/06


Reemplazando las nostalgias.

Opacado de mutismo, fustigado por el viento,
implorando un alivio a tan malogrado intento,
de dispensar su falencia subsistida por el tiempo
que lo va inhumando vivo en un lamento perpetuo.

Con su memoria adherida a los momentos perdidos,
con su pobre ancianidad sumida en el olvido,
con las voces jugueteando aún entre los silencios
como tregua necesaria para aguantar el destierro.

Corroída esta su esencia de colores deslucidos,
batallando con su orgullo en un duelo desmedido
con los jirones de ausencias revistiendo sus sentidos,
y el dolor de la impotencia por no vencer al destino.

Con la queja de la hamaca y su oxidada cadena,
meciendo solo a una hoja que se ha posado serena.
Y los demás agonizan entre caños y maderas
aceptando el desarraigo como reo con condena.

El progreso se ha instalado con un poder absoluto,
reemplazando las nostalgias, por modernos artilugios.
Como tirano monarca desmemoriado y despótico
que va devastado sueños posados en bancos rotos.

11/11/0


Tierra fresca.

En una orbe impía, de egolatrías y engaños,
donde el silencio es ficticio y el infortunio un recargo.
Donde se cuestiona al manso y se redime al tramposo,
donde los jueces son reos y los sensibles medrosos.

En un laberinto absurdo de intolerantes y herejes,
hostigando desde el miedo para sostenerse fuertes.
Donde el hambre amenaza, masacrando al inocente
desechando valores que purifican las mentes.

En una quimera absurda de mediocres atributos,
se fusionan vanidades, ambiciones, artilugios.
Se catalogan humanos por talante y distinción,
y reina la hipocresía, la vileza y la traición.

Aún entre las crueldades y los horrores de guerras,
aún en las tempestades, se puede oler tierra fresca.
En los ocasos, las gamas se despliegan con belleza
y la brisa con su hechizo, abre corolas perfectas.

Junto a la vera del río, emerge verde la esencia
y en manantiales fluidos se reivindica la tierra.
En solemnes ceremonias se despliegan las estrellas
y entre las hojas de un libro… abre el alma un poeta.

14/11/06



La concordia en mi cruz.

Me reclino en el pasado y me abstraigo liada,
en el arcón del recuerdo que paraliza y desgana.
Me sujeto a una memoria que desalienta mi intento,
como floresta de otoño despojada por el tiempo.

En las estepas que incitan a la paz de la cordura,
en las noches tempestuosas que fastidian con sus dudas,
en los eternos glaciares de fascinante frialdad,
como en la cegada selva que confunde realidad.

Un laberinto en mi mente como estafa siniestra,
una maraña de ensayos que me desvía las metas,
un intento de evadirme de un vínculo impugnable
como verdugo impiadoso, que se presenta amigable.

Y pretendo exorcizarme visualizando horizontes,
y proyecto motivarme aferrándome a otras voces.
Los mandatos infantiles se sujetan a mi espalda,
como sombras fantasmales incansables y calladas.

En balsámicos jardines me regocijo en presente,
con magnánimos idilios de crecimiento en vigente,
con la concordia en mi cruz por prolongarme piadosa
y por esa ideología de no condenarme sola.

23/11/06


Poesía.

En noches de estío sombreadas de luna,
donde el claro manto ha mofado al sol,
entre los jazmines que en sueños perfuman
el umbroso patio de cielo y malvón.

En crepusculares mares infinitos
donde el astro emprende un sueño fugaz,
sofocando el fuego en un fresco limbo,
su caudal rehunde en otro ritual.

En gélidas grutas de espejada gloria,
donde asedia un aura casi fantasmal,
se yerguen perpetuos legados de historia
sobre la inmutable afonía glaciar.

En liadas selvas de exaltados verdes,
donde el agua irrumpe en lo terrenal,
se escurren dorados entre la hojarasca
bañando criaturas de inmenso caudal.

En llantos nocturnos y exilios forzados,
donde el daño arranca el velo mortal,
se despoja el alma del intento humano,
perpetuando el eco, de un verso final.

En briznas vehementes reposan poesías,
en rimas etéreas de ilegible faz.
Forjándose en letras de signos sensibles,
que traducen plumas de sensible paz.


10/12/06


El odio.

De incierta esencia se nutre y se oculta en las sombras,
susurrando en el oído… encegueciendo con sorna.
Te asfixia, te sumerge, te destruye, te succiona…
y con sarcasmo se mofa de la furia que te ahoga.

Se apodera de memorias atestadas de dolencias
y te corrompe la sangre exaltando tu vehemencia.
de hiel te embebe los labios y la zozobra se cuela,
como felona serpiente de ponzoñosa vileza.

Con la poción en las venas y el ánimo lacerado,
con los ojos encendido, de lágrimas desangrados.
Especulando en silencio una venganza siniestra,
devastando los sentidos, celándose con sus tretas.

Se desplaza entre callejas, espectrales, sin salida,
desfigurando verdades, como atisbo en la neblina.
Trasmuta el amor en tirria y confianza en difidencia
y se enmascara de insano, asestando con violencia.

El odio, se bebé en cáliz de protervas intensiones
y te intoxica la mente pervirtiendo las acciones.
Se aloja como gorrón, dispuesto a no irse nunca,
contemplando displicente el camino de locura.

14/12/06


Guerrera sin tiempo.

Sin hacer reclamos, me oprimo en sordina,
me enredo en congojas, fobias y manías.
Prescindo del tiempo en tu compañía,
por no recargarme en tu cruz de vida.

Rumio mis broncas, sonriendo calmada,
finjo el equilibrio esparciendo calma.
Mirada perdida más allá del alba,
uniendo suspiros, tristezas... fantasmas.

Los oídos sordos, huecos, desolados,
con ecos de voces... memorias de antaño.
En noches de insomnio, rezando en silencio,
cuentas de un rosario uniéndola al cielo.

Viajera de un mundo que se abre en textos,
fiel a sus principios como un buen cimiento.
Leona en la jungla, guerrera sin tiempo,
faro en la neblina, guiando al viajero.

Germen de su esencia, reflejo opacado,
supo en sus entrañas sellarme un legado,
y yo me confieso indigna del reto,
por mis egoísmos, ausencias... silencios.

13/4/06


Armadura.

Con la espalda erguida, orgullosa estampa,
con el pecho airoso, aguantando carga,
reciclando sueños, relegando impulsos,
con la frente al viento y el paso seguro.

Nos impulsa ritmo de cíclicas pruebas,
que nos envejecen fantasías nuevas.
En las exigencias se oprimen las ansias,
esas que estimulan quimeras con alas.

Resuelto y fehaciente nuestro cuerpo avanza,
en tanto la mente se oculta asustada,
como enredadera que se aferra al muro,
tras una armadura de frágil recurso.

Corazón y piel, músculo y sentido,
todos eslabones de un complejo grupo,
caterva de voces, miradas... sonidos,
tras el subjetivo cristal del sentido.

Todo es privativo en las percepciones,
como un paralelo de coloraciones,
como definir la sed o silencio...
un calidoscopio ocultando espejos.

Gélida y serena... discreto perfil,
superflua y estoica, de ánimo sutil,
bajo una panoplia de frío metal...
se ampara el sensible motivo a celar.

5/4/06


Llueve en Buenos Aires.

Llueve en Buenos Aires... promediando Enero,
su gente extremada, se oculta del cielo.
La ciudad se cubre de humedad y sonido,
e incita añoranzas de añejos suspiros.

La aflicción se oculta bajo los paraguas,
y habita serena en miles de almas.
Soledad en gris, sollozo de frío,
repique tedioso, singular… furtivo.

Quebrándose el cielo, se rasga plateado,
hundiendo raíces, rugiendo encrespado.
Estallan las nubes, se funden en gotas,
concéntricos círculos, se agrandan y brotan.

Ciudad de creativos, bohemios y bares,
de sobrevivientes, chantas o geniales,
de dulce de leche, mate y bizcochitos,
de tangos y rock, poetas y mitos.

País de viñedos, girasol y trigo,
de valles, deshielos... virgen paraíso.
La infinita pampa, magnánima y noble,
del gaucho y el indio en fugaz galope.

Tierra dadivosa, maternal y fértil,
donde el extranjero se ampara en su vientre.
Heredad de manos cobijando hermanos,
de algunos países, vecinos... lejanos.

Llueve en Buenos Aires... mojando el cemento,
se agolpan los autos sobre el pavimento,
unos se refugian en techos y toldos.
y bajo algún puente... se resguardan otros.

12/2/06


La balanza se inclina.

Todo es ganar y perder, todo es hablar y escuchar,
y la balanza se inclina una y mil veces... y más.
El silencio guarda voces, miedosas y acurrucadas,
y en calabozos de acciones, se agolpan las buenas causas.

Siluetas a contraluz, anónimas muchedumbres,
dictámenes bifurcados, sin un atisbo de lumbre.
Soluciones momentáneas, placebos para la cruz,
que se esfuman en los tiempos, ensombreciendo la luz.

Como trágica escultura, con los brazos extendidos,
como súplica constante, que no llega a los oídos.
las miserias se triplican por cada intento de ayuda,
y se perturban las mentes por la codicia y la gula.

En el inicio el silencio y tras de la calma la vida,
que se dispersa hasta donde, sólo el oxigeno habita.
Las formas y los colores se fusionan muy de prisa,
y evolucionan especies perfeccionando sus crías.

Albor de un sol para todos, tormentas valles y brisa,
tierra fértil y agua fresca, mares, cielo y llovizna.
Una heredad con sus ciclos, calculados y correctos,
donde no hay seres iguales... aún de un mismo género.

El humano se despliega y fragmenta los espacios,
sin respeto, la codicia, lo transforma en un avaro.
Los cerebros más brillantes se debaten en dos polos
o amparan la humanidad... o se apoderan de todo.

Las conciencias oprimidas por miedo, egoísmo y odio,
no logran concientizarlo, del riesgo de perder todo.
Nos salvaguardan los nobles, soñadores, idealistas,
poetas, sabios y locos, héroes, justos y optimistas.

10/1/06


A pesar de tanta vida.

La población ha aumentado y se desplaza apurada,
se acopia como hormigas, se agolpa estresada.
Se somete a humillaciones... olvidándose del tiempo,
comprando alarmas que avisan como sofocar los sueños.

Nada parece importar y la competencia arrasa,
la angustia come en la mesa y nos ocupa la cama,
la noticia es bienvenida, sólo hay que apretar botones
y nos van desalentando los intentos... los valores.

El vicio sentado espera, con satánica sonrisa,
juega al ajedrez paciente... va eliminando fichas.
Voraz, como llama al viento, reseca mentes brillantes
y se vende como el bálsamo, que nutre a otro cadáver.

Con el odio que enceguece, con la ira que fulmina,
con la violencia en las venas que a puro golpe aniquila,
se acorrala al indefenso, se aterroriza al valiente,
reina el caos y en las calles... sobreviven los prudentes.

Se desconfía de todo, se multiplican las fobias,
se infartan los corazones, por el pánico que acosa.
El agua se contamina, por ambiciosas razones
y de tanto ir destruyendo... recibimos radiaciones.

A pesar de tanta vida que se escurre de la tierra,
buscamos en Internet las manos, que nos contengan.
Porque nos faltan las tardes de niños en las veredas,
jugando despreocupados a la hora de la siesta.

Porque en la mente llevamos recuerdos de otra época,
con la puerta semiabierta y la silla en la vereda.
Porque queremos confiar, en el aire y el futuro
y sólo somos otra sombra, tras el monitor de turno.

Porque la fe prevalece, sobre muerte y pestilencia,
porque aún corren ríos entre montañas y selvas,
porque la vida se gesta sin pasaportes ni visas,
y conservamos el goce de intercambiarnos sonrisas.

3/1/06


Pecados de omisión.

Por no pecar de avaricia, no intente guardarme nada,
por no verte acorralado, me fui poniendo mordazas,
Por no provocar tu ira, muté mi voz en silencio,
y de tanto ir soslayando, se me enmudeció el intento.

Por evadir lo grotesco, me prive de lo espontáneo,
por no ir a contramano, no cree lo necesario,
por mantenerme segura, me instauré un vallado
y te miro desde adentro, sin poder tomar tus manos.

Por impedir tu vergüenza, hoy no probé socorrerte,
por creer que era imposible, no intenté protegerte,
por pensar que era insulsa, he callado mi opinión
y de tanto no ir haciendo... no puedo saber quién soy.

Por salvarte del sollozo, no te ablandé con cariño,
por no provocar tus celos, no he abrazado a un amigo,
por mantener la armonía, siempre busco ir compensando
y de tanto mantenerme, me he estado desarmando.

Por estar tapando huecos, no he levantado muros,
por evitar tu temor, ya voy caminando en círculos.
Por resguardar una imagen, se me ha perdido la magia,
y por omitir tanto, he pecado... he pecado de ignorancia.

1/1/06


Masculino.

Tan disímil y atrayente, tan magnético y sensual,
por tu forma de pararte, por tu paso al caminar,
por tus gestos, por tu risa, por tu gran seguridad,
por tu mirada que irrumpe, aún en mi intimidad.

Tan arrogante y altivo, tan poderoso y vital,
desarticula e impugna mi defensa y voluntad.
Se detiene en mis pupilas y acapara mis sentidos
y se instala complacido en mi mente y mis motivos.

Hipnótico, sugestivo, insolente y personal,
acelera mis latidos, descontrolando mi paz.
provocándome, se aleja, sugiriéndome... me deja,
y presuntuoso me envuelve, en otra sutil promesa.

Y se exhibe masculino, con su perfume en la piel,
contrastando diferencias de varonil sencillez.
Aflojándose en su pose de seductor incansable,
su humanidad se trasluce, frágil... y vulnerable.

18/2/06