
Incondicional.
Nunca creí que así sucedería,
que un amor sublime me superaría,
que esto que comienza un día cualquiera
nos marcaría un principio sin final... y sin tregua.
Dios nos participa de este milagro,
y se gesta la vida casi sin notarlo.
Desde el primer día el ritmo nos cambia
y de ilusiones se desborda el alma.
Este nuevo ser nos supera en todo,
y es más importante que vivir... que un logro.
Vivimos pendientes de cualquier detalle,
y son nueve meses llenos de ansiedades.
El dolor y el miedo nos sorprenden un día
y así revelamos tanta expectativa.
Pequeñas sus manos, sus pies, sus ojitos,
su piel, sus cabellos... y sus parecidos.
Esparce ternura, suavidad, tibieza,
y en tanto amor solo hay pureza.
Depende de uno que viva, que crezca,
que ría, que aprenda, que ame, que sienta.
Y el más puro amor nos estalla adentro,
libre de dolor, de egoísmo y celos.
Sin sexo, sin odio, sin mente, ni raza,
incondicional, profundo, sincero... y sin trabas.
Templo de esa magia fui de cuerpo y alma,
el amor de un hombre en mi lo propició.
Y por cuarta vez Dios lo ha bendecido
como fruto santo de la concepción.
Y aprendo de ellos, su astucia me admira,
y el orgullo brota ya sin contención,
porque son tan nuestros, y a la vez... “tan ellos”,
son el agua, el aire, la sangre... y el sol.
27/7/04
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