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sábado, 4 de mayo de 2013
Un puñado de dolor y otro de inocencia...
Gotea el cielo en su incesante crepitar entristecido... como una nostalgia húmeda que te llega hasta los huesos.
Y vuelvo de otro día de trabajo, a esa hora en que la oscuridad invade los espacios y el firmamento no es más que un techo empapelado de destellos. Pero esta noche no... un manto gris acuoso nos separa de esa visión casi idílica. Y abro mi paraguas cuando traspaso el umbral... y a partir de allí, los pasos se suceden apurados, como un acto reflejo, como una necesidad imperiosa de escapar... de escaparme. Y transito una vez más las mismas veredas, con los mismos árboles, entre otros más que se resguardan de esa persistente llovizna... desconsolada, solitaria, monótona... traslúcida. Las mismas dos cuadras se desplazan bajo mis pies en dirección inversa y ya no sé si soy yo la que me escapo... o son ellas que me abandonan. Espero que el semáforo detenga a los autos que me impiden cruzar y después el mismo camino en diagonal que corta la plaza, el busto de Alberdi, con su expresión rígida de metal y mármol. Ese camino rojizo que hoy estaba particularmente blando, permitiéndole a mis pies hundir piedritas a su paso, en esa tierra escondida bajo el polvillo.
Cruzo una calle más y llego a la otra esquina, mientras intento hacerle frente al viento con mi paraguas y me siento un poco Don Quijote, enfrentando a un gigante que no es tal. Todavía me esperan algunas cuadras hasta la Estación. Mis piernas llevan el ritmo de un autómata programado y yo quedo inmersa en ese pensamiento recurrente que se asemeja a la lluvia, por melancólico e inagotable... entonces me replanteo esta decisión tomada de aprender de mis errores, de sostener la dignidad tan olvidada, descartada, en pos de esta liviandad con que lo material se impone a lo esencial. Es posible que sea yo la equivocada, generalmente no descarto posibilidades, pero entiendo también, que soy lo que se ve de mi, mis acciones y lo que me generan algunos sentimientos que me llevan a los extremos que no quiero. Por esa razón me aíslo y busco en soledad un equilibrio, mientras mi cuerpo recorre un camino aprendido... pautado y me deja el tiempo necesario para encontrarme en mi interior... con mis miedos, con mis dudas, con mis sueños y mi impotencia ante la imposibilidad de abrir esas puertas que me son negadas.
Tengo un puñado de dolor y otro de inocencia guardado en mi mochila y mi fuerza innata escondida en las entrañas, en contacto con mi sangre... un fluido vital que se purifica en mi corazón. Tengo también, una paz extraña que se instala y me abandona y algunas certezas rotas colgando de las ruinas de mi pasado... y la esperanza como estandarte clavada en la entrada de este mundo mío... tan indescifrable para algunos y tan transparente para los que ven más allá de mi pacífica mirada triste.
Norma Marchetti
4/5/13
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