A nosotros, los humanos vivos en las celdas cruentas,
donde el miedo asfixia su genio de artista... su inquieta vehemencia,
su fuerza efusiva, su paso certero...
la innata excelencia de saber su vuelo,
donde la mordaza se acopla al vestuario de lo que entendieron.
A nosotros, los humanos hartos de llorar a solas,
de esconder los sueños en cajones grises... porque no se acoplan,
de portar caretas y asentir sin ganas,
fallando en su esencia... perdiendo su magia,
por esa costumbre de no ser coherentes con lo que nos pasa.
A nosotros, los humanos amplios de manos abiertas,
que guardan sus palmas cuando se las queman
en el juego errado de la dependencia.
Que se atan hilos de algunas crucetas,
grotescos ropajes, las cara inertes... solo marionetas.
A nosotros, los sobrevivientes de tantas batallas,
formando las cifras de la inmensa masa
de un anonimato frío y a mansalva.
Y en la perspectiva de esas realidades,
cargamos a ciegas las cruces que aplastan órganos vitales.
A nosotros, los humanos vivos en tanta belleza,
de una tierra noble que nos da su sangre, su aliento, su tregua,
que abraza a los hombres y los trae cerca,
que pinta los cuadros y esculpe las piedras...
de amplios jardines, perfumes diversos... aguas sin barreras.
A nosotros, los humanos vivos, seres de grandeza,
que crean conciencias de utopías propias... que se regeneran,
que siembran semillas para que florezcan,
que riegan desiertos y cruzan fronteras,
que suben peldaños sin usar la fusta de la competencia.
A nosotros, seres infinitos, eternas auroras,
fuertes y emotivos... con sueños que engloban,
que buscando un cause encuentran la forma,
que acuñan recuerdos de otras memorias,
que creen posible lo que luego logran.
Norma Marchetti
6/9/2016