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domingo, 27 de febrero de 2011

Muero sin alas.

Una mano grande me comprime el pecho...
un sudor de frío recorre mi cuerpo.
Y me ahoga el miedo de llegar muy tarde...
camino escabroso entre los desmanes.

Triste la expresión... pero muy serena,
desafía mi temple desde sus arenas.
No puedo evitarlo, tiemblo en la distancia,
tal vez ya no encuentre el tiempo de gracia.

Todavía en pie... pero muy cansada...
livianos los pasos avanzan sin pausa.
Y dentro de mí, tengo el sentimiento...
que crece e implora por fluir sin cerco.

Una brisa suave se instala en mi espalda,
mi columna siente como se desarma.
El silencio daña mi otro sentido...
percibo y me quedo sola en un vacío.

Tanto por andar... y yo a contramano...
perdí tanto tiempo sin verme en lo humano.
Y soy tan mortal que muero sin alas...
escribiendo versos en tus manos blancas.

Norma Marchetti
27/2/11

sábado, 26 de febrero de 2011

Y tal vez...

Tal ves las razones... pero ya no importan,
nada que me salve en la cuerda floja.
En el punto muerto de final e inicio,
haciendo equilibrio en el alto risco.

Tal vez pretenciosa... o tal vez ingenua,
me ubico en el fondo de la línea recta.
Tal vez lo evaluado me trajo esta calma,
que me reconcilia con mi parte humana.

Tal vez un comienzo de mirar sincero,
tal vez en la noche sean dos luceros.
Tal en su iris de café y belleza...
tal vez en el sueño de una misma mesa.

Por cada derecho habrá un compromiso...
seré responsable de mis propios dichos.
Tal vez no me crean... no será exigido,
yo se que es muy torpe mi romanticismo.

Tal vez fluya libre la raíz del día,
tal vez nunca deje de escribir poesía.
No voy a soltar mi pimpollo blanco...
tal vez regenere mi sueño de antaño.

Norma Marchetti
26/2/11

jueves, 24 de febrero de 2011

Que sea cena fría...

Aquieta mi alma... yo solo lo espero,
dulces melodías salen de mis versos.
y cierro los ojos... imagino el día...
me guardo poemas... escribo poesías.

No pido más nada... no era el camino,
solo guardo rosas dentro de sus libros.
Pude ver el cielo... y toda su fuerza...
cuando el sol se avista... para que amanezca.

Al menos, ya sé... pude ver su alma,
yo cometía errores que nos apartaban.
Se fue mi pesar por esa ventana...
cuando abrí los ojos para ver mi cara.

Si hubiera entendido... pero ya no es bueno,
seguir lamentado lo que no podemos.
No puedo volver y cambiar las cosas...
pero aquí esperando, yo acepto otra forma.

Si la vida es linda... y se me hace corta,
se que si regresa sería mi gloria.
Ya no habrá presiones... pero sí un trato,
y si te parece... lo iremos armando.

Y sin perfecciones... no importa lo exacto,
si soy una humana de sensible tacto.
Y pondré la mesa como no podía...
por si se demora... que sea cena fría...

Norma Marchetti
24/2/11

miércoles, 23 de febrero de 2011

El espejo...



Quisiera contarles algo... especialmente a vos... algunos podrán leerlo y no entender... pero se que es de esas realidades que son tan obvias, que uno no las toma en cuenta. Es encontrar el porque de muchas preguntas, es ubicarse en otro plano para entender, es no decir... "es lo que puedo"... porque siempre se puede más.
Lo que quiero contarles es a cerca de una mujer que vivía en una casa muy antigua... húmeda y oscura, donde el aire era escaso y la humedad que se apoderaba de sus paredes la atormentaban. Las habitaciones tenían pocas y pequeñas ventanas. Ella solo recibía a algunas personas... solo esas personas que mucho la conocían y la aceptaban tal cual era o parecía ser... de todas formas, la querían y querían protegerla, mientras que ella se desvivía por tenerlos contentos, complaciéndolos, incluso arrancándole a las lágrimas una sonrisa... sumergida en su soledad interior, disimulando las ojeras de largas noches de llanto. No se dejaba abrazar... su sensibilidad la limitaba, podía sentir las sensaciones escondidas. La gente se le acercaba y le ofrecían opciones para sacarla de letargo, pero ella se alejaba y poseía alguna facilidad para justificar absolutamente todo... hasta lo impensado... hasta el punto de encolerizar a quienes intentaban hacerle ver la realidad que ella no podía.
La casa tenía esas pequeñas ventanas que solo dejan ver parte de lo que sucede afuera... angostas... incómodas... todas estaban clausuradas y ella alguna vez había intentado abrirlas, pero el óxido había sellado fuertemente hierro con hierro. Una de ellas, en particular, daba a una casa lindante en donde se sabía que vivía alguien, pero se trataba de una persona que no estaba en sus cabales que solo recibía la visita de algún familiar, que de vez en cuando le traía lo necesario para su subsistencia, pero en resumidas cuentas... no la habían visto en años. Ella tenía la extraña costumbre de ir todas las noches a ese cuarto en el que se encontraba la pequeña ventana, en medio de las penumbras y observaba a una mujer que en la oscuridad la miraba. Cuando ella se paraba frente a la ventanita, la otra mujer se acomodaba del otro lado del vidrio y la observaba también, sus ojos fijos en los de ella, el gesto duro... arrogante... altanero. Cada noche esto pasaba y ella no podía sostenerle la mirada por mucho tiempo, solo se asustaba y se iba. Al día siguiente, si alguien la visitaba, se dedicaba a contarle lo sucedido la noche anterior frente a la ventanita y criticaba la locura de esa mujer y se burlaba diciendo... -Es muy obvio que este sola... ni perro tiene que la aguante, es que esta muy loca, no puede esperar hacerse de amistades así... ¡No tenés idea de la actitud insoportable de esa mujer!. Pasaban los días y todo transcurría entre la agonía de soportar un día más en esa casa y el temor injustificado que padecía de asomar su nariz a la vereda... la casa la "protegía" y el precio a pagar era olvidarse del mundo y jamás dejar sus paredes. Por esas cosas del destino... o no, limpiando una ventanita que tenía vista a la calle... se abrió y ella sintió que podía relacionarse con el mundo por medio de esa pequeña ventanita... y no era mucho... pero era algo. Una tarde, como algunas otras, puso su silla junto a la ventana y vio pasar a alguien que no veía desde su infancia y no era cualquier persona. Ella lo llamo, imaginando que sería un saludo al pasar... y después... nada. Para su sorpresa el le siguió la conversación, le preguntó que había estado haciendo los años que no la vio y le hizo un resumen de su vida. Ella lo esperaba todos los días, él era el aire puro que la hacía sentir viva, por eso lo necesitaba... él no pasaba siempre, pero cuando lo hacía, le hablaba con mucha dulzura, pero a la vez le mostraba con total acierto, salidas y posibilidades... él creía en ella, pero ella no. Ella pensaba que él se apiadaba de su lastimosa imagen e intentaba cambiarla. No podía entender porque él perdía su tiempo con ella... ¿qué podría interesarle a él de ella?... y la respuesta era recurrente... una y otra vez la única respuesta válida, a su entender, era "lástima"... ¿qué más?. Esta situación la avergonzaba mucho y decidió que cuando lo volviera a ver, le diría que le diga cuando iba a pasar y solo esos días lo esperaría... no quería que la viera así, esperando como desesperada, solo para escucharlo preguntar... -¿Cómo estás?. Esa tarde, ya resuelta, le dijo lo que había resuelto y él le pidió que siguieran viéndose, entonces ella insistió en que sí lo vería, pero solo lo iba a esperar los días en que él pasara. Después de ese día, él pareció estar como decepcionado con su determinación, pero ella no entendía en que podría afectarlo, si de todos modos, ella estaba dispuesta a esperarlo siempre, pero no quería esperarlo en vano, porque la hacía sentirse muy mal. Después de un tiempo, él, sin motivo aparente, dejó de pasar, pero antes, y como para dejarla reflexionando una vez más, le preguntó porque se comportaba así, si ella no era como se mostraba... esto la dejo pesando y buscó en los recuerdos... ¿Qué era lo que soñaba de adolescente?... ¿Cuánto hacía que no sentía la emoción de planificar algo?... ¿Cuánto hacía que no se reía con ganas... hasta las lágrimas?... esta última pregunta era fácil de contestar, él sin ningún esfuerzo, la había hecho reír otra vez... como lo hacía antes... y esto no era un detalle menor, seguro que no.
Pasaron algunos meses desde ese último encuentro y ella siempre lo esperaba... tarde a tarde imaginaba que vendría... pero no. El miedo y la angustia la abrazaba por las noches y se hacían interminables... no sabía que había hecho... ¿y si él hubiera tenido un accidente?... ¿Y si hubiera muerto?... ¿Cómo se enteraría?... era evidente que él ocupaba un lugar primordial en su vida... era el oxígeno que la mantenía viva... y ya no estaba.
Un día, alguien deslizó un sobre bajo su puerta... contenía algunos poemas y ella los devoró con los ojos, las letras se salían del papel, era poemas escritos en sangre... era pasión y tristeza. Alguien vino a visitarla, ella le mostró los poemas y esta otra persona que tanto la conocía, sabiendo que ella plasmaba su vida en poesías, le dijo que quien hubiera escrito esos poemas, era una persona apasionada y que encontraba alguna similitud con la forma de escribir que tenía ella. Después de ese día, se sucedieron largas jornadas en las que la lluvia no cesaba y ella sabía que nadie dejaría un sobre bajo su puerta en esas circunstancias... y angustiada... espero hasta que saliera el sol. El primer día después de la tormenta, encontró nuevamente un sobre pero contenía como diez poemas y al rato, le llegó otro, con los mismos diez poemas. Como era su costumbre, quiso ir al fondo del asunto y saber de quien se trataba, ella conocía esa manera de decir las cosas, pero no entendía... ¿Sería él?... una sonrisa se dibujó en sus labios
le pidió a Dios que así fuera y se dedicó a leer todo lo que le llegaba día a día... y analizaba... algunas veces hallaba las coincidencias, pero otras... "él le hablaba a su mujer"... a la que había perdido y quería recurar... y ahí no, no podía entender si era él... y si era... ¿De qué hablaba?... ¿Podría haber sucedido algo más maravilloso en el cosmos infinito que poder siquiera soñar con que él se hubiera enamorado de ella?... entonces comenzó a dejarle papelitos debajo de la puerta, por donde pasaban los sobres y los papelitos desaparecían, pero ella no sabía si se volaban con el viento, o él se los llevaba... pero el hecho de pensar que podría se él, era para ella un motivo de alegría.
Pasaban los días y ella se desesperaba por leer esos poemas, de a poco iba encontrando cada vez más coincidencias y analizaba cada palabra, buscaba, relacionaba... era de vital importancia para no perder la ilusión. Un día, decidió que debería salir a caminar... y así lo hizo. Era una hermosa tarde de sol y a la vuelta pensaba que le diría, si él caminara a su lado. Cuando llego a su casa decidió poner en el sobre vació una carta con todo lo que le hubiera dicho por el camino si lo hubiera tenido a su lado. Escribió de corrido, hasta que finalizo y lo releyó... entonces se dijo(sonriendo)... "pobre. lo hubiera aburrido hablándole tanto y cerro la carta con una invitación... tal vez... y si fuera él, se animaría a caminar algún día con ella, a pesar de lo pesada que solía ponerse cuando no podía parar de hablar. Sorprendentemente él le contestó en un poema, entonces ella decidió que si era él y aún en la distancia, no lo dejaría. Así se sucedieron muchas correspondencias, hasta que un día él incluyó la palabra "ADIÓS" y ella creyó que se moría. La angustia le cerraba la garganta, pero sabía que tenía que salir... buscarlo... enfrentar a la casa y a la calle... no era fácil, la casa la necesitaba y no la iba a dejar escapar, entonces trató de explicarle que necesitaba salir... que se ahogaba... pero la casa no accedió y la amenazó con dejarla afuera si quería regresar... y ella aceptó. Con este enfrentamiento, todo hacía suponer que las cosas estaban claras y ella tenía mucho miedo, pero ya no podía respirar tanta humedad... la esperaba la muerte en ese calabozo. Entonces debió enfrentar lo que nunca había podido... las puertas no se abrían... no se iba a escapar tan fácilmente, la casa apelaba a su lástima y a su miedo en forma alternada. Fueron siete infernales días en los que dormía por momentos y comía solo para no debilitarse. Ella sentía que de alguna manera él intentaba rescatarla... no sabía como, pero recibía su fuerza... eso la hacía resistente y se mantenía en pie. A esta altura, ella alucinaba y le era muy difícil mantenerse lúcida, situación que la casa aprovechó para abrirle las puertas y las ventanas. Los colores se escurrían en todos los ambientes y la casa le proponía un pacto... volver todo hacía atrás... cuando su puerta se podía dejar abierta... y las ventanas le daban la bienvenida al sol... ella confundida y conmovida decidió que tal vez debía intentarlo una vez y la armonía podría regresar. Poco duró el pactó, la casa sabía de ese poeta hacía que quisiera salir... tirar la puerta abajo... romperlo todo... sentirse viva!!!. Y así fue, finalmente ella decidió salir... y corrió... salió a buscarlo... ahora sí, ella sabía que no podría ver a otro hombre... ya no. Un día ella dormía bajo un puente y al despertar, tenía un sobre a su lado... él le decía que ella había sido muy cruel con él y ella entendió que él la esperaba afuera, mientras ella trataba de conciliarse con la casa que tanto la había hecho sufrir y creyó que moría cuando el le decía que como ella no había podido ver cuanto la amaba y solo lo había dejado del otro lado de la puerta mientras él la ayudaba a salir... pero ella sin saberlo no había ni intentado ayudarlo a abrir la puerta... realmente fue una puñalada... no sabía que hacer y decidió que él tenía todo el derecho de defenderse como quisiera... aunque la destrozara la distancia que ponía para protegerse. Un día, el sobre incluía un celular, entonces ya no eran solo las cartas y los poemas que ella también contestaba... un día, ella quiso escuchar su voz y lo llamó, pero nadie contestó y le dejó un mensaje. Un día el teléfono sonó... y era él... ella no reconoció la voz... se escuchaba diferente. Él estaba ansioso y enojado... ella se sintió feliz y empezó a reír, situación que se oponía a los reclamos que ahora sí eran muy válidos. Ella intentó explicarle que solo se sentiría satisfecho con una respuesta cuando pudiera ver en sus ojos que jamás hubiera querido hacerle daño. Estos "encuentros" (no eran personalmente)se producían a toda hora y él siempre conseguía hacerla sentir muy feliz, incluso cuando ella se desesperaba por verlo y trataba de convencerlo... pero no era fácil, el se dejaba llevar por momentos, pero en algunas ocasiones, le decía que el encuentro que ella tanto soñaba no era posible( él no se daba a conocer... solo era un poeta con seudónimo), que pensara en otras posibilidades y ella lloraba de rabia y lo enfrentaba... después de todo si ella había sido lo suficientemente estúpida como para no darse cuenta de nada... no era tan culpable. Se reían mucho juntos y discutían... compartieron muchas madrugadas y ella lo extrañaba... no había otro como él... era lo que siempre había soñado... pero él no la dejaba acercarse. Después de unos meses, él desapareció, pero, había alguien más, que le decía en canciones lo que no podía en palabras... y siempre había estado por ahí, pero ella entendía que era solo una coincidencia. Supongo que esta de más aclarar, pero a este otro personaje, tampoco lo veía, solo le hacía llegar sus canciones y le mandaba mensajes... este ya no era su amigo... era un hombre muy dulce y apasionado a la vez... pero lo único que podía hacerle presuponer que era él, era esa historia y ese amor que solo ellos conocían... pero tampoco conseguía acercarse, entonces ella se enojaba y lo quería apartar... lo lastimaba sin querer, pero él la esperaba a que se le pasara el enojo y le volvía a decir que la quería.
Ella no entendía que estaba mal... pensaba que lo que hacía esta bien... pero él le pedía un cambio y le decía que la esperaba hasta que estuviera bien. Entonces ella volvió a la casa y le preguntó que estaba mal en ella... la casa le dijo... -Sos muy fría, siempre tenés una expresión muy dura... solo irradias tristeza. Ella se enojó y empezó a reprocharle a la casa lo que le había hecho... pero la casa también tenía muchos reclamos que hacerle... ella se fue dando un portazo y camino con ira, no entendía tanta demanda y reproche... pero después de haber caminado algunas cuadras, se paro y se acordó, que su poeta le había hablado de un espejo... y pensó... ¿Qué espejo?... la casa no tenía espejos... ella no se veía. En ese momento se acordó de la ventanita y corrió tanto como pudo, la casa la quiso retener, pero a ella le importaba volver a ver esa ventana... enfrentarla... y de día. Cuando al fin llegó a la habitación, se paró en la puerta y avanzó a paso lento... tenía miedo y también bronca... se le habían ido dos años... y tal vez él también lo había hecho. Avanzo y se paro frente a la pequeña ventana, que siempre había sido un espejo... su espanto fue tan grande que apenas podía mantenerse en pie... ¿Qué era eso?... era ella... ¡Era un monstruo!... era una pantera que decía ser gatito... y la soberbia de no escuchar... y la ignorancia de no aprender... y la crueldad de no pensar a quien destrozaba cuando atacaba con sus zarpazos a los que más quería... y una vez más se quiso morir... la loca era ella, la mujer extraña, la ermitaña, la del gesto duro y la mirada insensible... y lloro, se arrepintió... no lo podía creer... estaba muy claro porque él no podía acercarse... ella lo acercaba y lo hería con la misma impunidad que él le concedía para no lastimarla... para protegerla... no supo que hacer y se sentó con su poemas y su música a esperarlo, rogando a Dios que no fuera tarde y que la vida le diera otra oportunidad...

Norma Marchetti
23/2/11
El suave remanso

Camino hacia el faro que alumbra mi muelle...
el cielo y el agua se unen... se sienten.
La noche de estrellas se cubrió... y suspira,
la luna se enciende si el abrazo abriga.

No puedo negarlo... vulnera su encanto...
pétalos de letras en mis pies descalzos.
Besos pequeñitos... pimpollos rosados...
camino que anida en su pecho blanco.

Percibe... insinúa... desanda los yerros,
ubica su paz en el punto medio.
Entrega y recato... fluidez y tregua...
a paso seguro sobre alguna espera.

Perfuma el ambiente de dulce fragancia,
se ajusta a su talle sin mediar palabra.
Se ensambla y genera el suave remanso...
que aletea insomne dormido en sus brazos.

Norma Marchetti
23/2/11

domingo, 20 de febrero de 2011

Siempre estuve cerca...

Necesito realidad... una certeza,
algo que me ayude a pisar la tierra.
Ya me tambaleo entre tanta bruma...
me faltó ese sueño de canción de cuna.

Y yo no me rindo... nunca he sabido
decirle a mis ganas que esto ya no mío.
Prometidas noches se pierden al tacto...
mis ojos abiertos esperando en vano.

Pasaron tormentas y yo bajo el agua,
me enfermo en el frío de mi piel mojada.
Ya no hay señales... se apagó ese faro...
no se como haría para ver un barco.

Mi costa esta ceca... el agua no llega,
se rasgan mis pies caminando arenas.
Y yo no comprendo que pretende el viento,
si nunca me fui y no hubo encuentro.

Solo algunas veces quise sufrir menos,
pero vuelvo siempre al mismo desierto.
Corazón herido en duras batallas...
yo solo protejo su escogida causa.

Y nace la ira al sentirme lejos...
nunca entenderé que pedía en sus versos.
tal vez estar cerca y sentir que siento...
tal vez que agonice en un mar de intentos.

No puedo entender... y la culpa es mía?
siempre estuve cerca de de máscaras frías.
No fui a lastimar su esencia sensible...
solo con mis ojos comprobar que existe...

Norma Marchetti
20/2/11

sábado, 19 de febrero de 2011

Aquí en mi pecho



De la mirada azul... al azabache...
pintando el lago gris con solferino.
A su silueta escueta fijo el talle,
que se desliza al pie de ese delirio.

Y le juego a la rayuela este cielo,
y arranco desde el uno hasta la meta.
Este tiempo se acomoda bendiciendo,
esa dicha que se abraza a la simpleza.

De comienzo extraño... muy confuso...
de destino firme... aquí en mi pecho.
Con el rayo noble del embrujo...
y la fe flaqueando en el desierto.

Un poema escrito con la sangre...
una voz vehemente... a los gritos.
un clamor... a puro fuego y carne,
en los vocablos crudos del instinto.

Esa fuerza que eleva... y que destroza,
esa duda que asolaba en los desvelos.
La presencia que en abrazos alborota...
regenera con pasión hasta los huesos.

Norma Marchetti
19/2/11

jueves, 17 de febrero de 2011

No te atrevas...



No lo voy a permitir... esta vez no...
no te atrevas a decir que no es amor...
no me digas que dos años son de humo,
no me culpes si estas cómodo en tu mundo.

Jamás lo hubiera visto... no había nada,
no te atrevas a decir que sos un alma...
no me digas que mitad de mi querías...
no le hables a mi espíritu... ¡Estoy viva!.

No me vengas a embaucar... no escucho nada,
no te atrevas a escaparte a tu morada...
no me digas como soy de imperceptible...
no te atrevas a dudar que soy sensible.

No me importa lo que creas... soy sincera,
no te atrevas a dudar de mi decencia...
no me digas que fui injusta... lo di todo...
no te escapes sin hablarme a mi... a los ojos.

No me digas arrogante... me defiendo,
no te atrevas a decirme que no es cierto...
no te gastes en buscar las mil excusas...
si todo era muy claro... y borre dudas.

Y no creas que yo quiero de tu gloria,
no te atrevas a soñar que soy tu sombra...
yo no quiero adueñarme de tus tiempos...
solo quise compartirte mi universo.

Norma Marchetti
17/2/11

martes, 15 de febrero de 2011

Si la mano esculpe un "no".



Yo le arranco a mis entrañas estos versos,
que sangrando se desprenden de mi cuerpo.
Y se rasgan, se fracturan, se laceran...
y en su espasmo el corazón se queda afuera.

Tanto me han pedido más... que ya no tengo,
tanto me han pedido ir... que ya me vuelvo.
Tanto estiro el lienzo... que hay jirones,
en mis sueños vapuleados sin razones...

Una vida lloraría este infortunio...
si las rosas se marchitan en mis puños.
Si el sabor de muerte me besa en los labios...
si la mano esculpe un "no" en mi epitafio.

Si una lágrima se cae... irán otras...
a inundar como un diluvio muchas costas.
Y será todo un desierto... no habrá un arca
y al beber trasmutará en hiel el agua.

Solo yo, con esta cruz que se me encarna
solo yo, y voy abriéndome en las llagas.
Ese grito que destroza mi garganta...
esa lava infernal me quema el alma.

Yo sonrío... y me asfixio en las penumbras,
escarchado... en el hueco que se herrumbra.
Serpiente viperina... constrictora...
cuando engulle de mi paz la savia amorfa.

Norma Marchetti
15/2/11

lunes, 14 de febrero de 2011

No puedo escribir... o sí... pero no poesías...



Simplemente hay momentos en mi vida en los que no puedo escribir... al menos no poesías, que es lo que me gusta. Hablo de esos momentos en que uno sabe que esta al borde de algo y no sabe si es mejor moverse o permanecer esperando quien sabe que... Se, lo siento... algo podría pasar pronto... no es que quiera autovaticinarme algo, es que siento que algo esta por cambiar... o debería... hay etapas que culminan y da miedo, entonces uno se aferra a lo conocido, a lo que quiere y sueña con toda la fuerza del corazón... en estos casos, uno elije permanecer quieto y rogar que la balanza se incline a su favor, pero... esa inercia representa una "no vida", y cuando uno no vive, en cierta forma se muere.
Ciertas angustias son inexplicables... esa horrible sensación de pasar al frente a dar examen... cuando alguien te dice en tono serio... "-Vení, que quiero hablar con vos...". No sé, es como estar al borde de la cornisa y que alguien te diga... -"No te queda otra, dejate caer.", entonces uno se aferra al muro y contesta... "-No, yo puedo... yo aguanto, si... vas a ver que si." cuando en realidad todos saben, que de permanecer así por mucho tiempo, tarde o temprano puede debilitarse por la falta de descanso y buena alimentación y bueno... al primer debilitamiento de sus manos, o simplemente a raíz de un mareo... el final sería el mismo, pero con una agonía innecesaria.
En fin, que decir... ¿Será que nadie que te quiera bien lo haría solo de palabra?... ¿Será que si alguien te evita es porque no te quiere, por más que justifique todo?... ¿Será que si alguien te ama evitaría por todos los medios el verte llorar?... ¿O te acompañaría en el llanto porque cree que es parte de tu crecimiento?... ¿Cómo saberlo?... en algunas circunstancias solo elijo aferrarme a lo que yo entiendo que es la verdad de mis sentimientos... Solo es angustia?.

martes, 8 de febrero de 2011

Silencio...

Se acerca y repliega... es el silencio...
me cuenta... no calla... se vuelve verso,
se vuelve desazón... abraza y niega...
propone la templanza... no sé que espera.

Y le digo... "yo espero"... y así lo hago...
y yo no sé que esconde después del lago,
camino y me acelero... después me paro...
me guió por vocablos bien camuflados.

Desagarrando palabras por sus arterias...
se me desbordaba el alma... la dejo hueca,
pisando tierra firme ya estoy sin huella...
la senda peregrina sin más certezas.

Este silencio-mármol... es duro y suave...
se calma la marea... vuelve a su cause,
se me prende muy dentro un frío triste...
de ganas de abrazarte... por lo que diste.

Un cielo replegado... añil y flama...
la cuota de la espera se torna helada,
yo tomo entre mis manos ese poema...
que vale los silencios de mil esperas.

Mi corazón es cofre... lo llevo adentro...
el sol tras de las nubes llora su tiempo,
mis brazos muy abiertos... sin condiciones...
se mojan en la lluvia de sus razones.

Norma Marchetti
8/2/11

jueves, 3 de febrero de 2011

Enamorada de una estrella



Esta historia la escribí inspirada en el amor incondicional (desde los 9 años) de mi hermana a su ídolo... "Sandro". Después de haber escrito esto, quiero destacar que me gustaría que algunos mayores entendamos que los niños son "personas sin experiencia"... no algo asì como infradotados... "a no equivocarse", ellos poseen todas nuestras capacidades, pero no saben manejarlas... esto se aprende con los años. Este concepto de no menospreciar a los niños, abarca su capacidad de amar... un niño puede enamorarse a los 9, a los diez 10... o a al edad que sea y por màs que nos empeñemos en decirles que no tienen "edad para amar"... esto no es màs que un deseo nuestro para que no sufran o pierdan la infancia, pero lo cierto es que no importa que hagamos o digamos para convencerlos... cuando el amor se instala, germina y se ramifica... otras semillas pueden sembrarse a los lados, pero una gota de agua que caiga en sus raíces... o simplemente un tenue rayito de sol, hace que la primera semilla plantada se ramifique y su sombra deje sin vida al resto de la vegetación, por eso... a no olvidarse... "Los niños son personas bajitas".

En esta historia, de la cual fui testigo; un hombre, que era tan único e irrepetible como cualquiera de nosotros, decidió demostrar que su naturaleza lo hacía destacarse de otros, porque tuvo el coraje de rebelarse ante los parámetros que la sociedad establece como correctos y exponerse con todo el brillo que irradia el talento.
Ella, era una niña y aún así, su corazón palpitaba más fuerte ante su imagen, sus ojos habían sido hechizados por un hombre que le llevaba unos cuantos años. En esos años, la manera en que él vibraba con los sonidos de su provocadora música, era considerada casi obscena y por ese motivo, esta pequeña ocultaba ese mágico sentimiento. Un día, en el colegio, le regalaron sobres de figuritas (para promocionar los álbumes) y ella descubrió que una de las fotitos pertenecía a ese ídolo que la había embrujado con su presencia y su voz. A partir de ese día, todos la que la conocíamos, descubrimos que ya tenía un punto débil. Ella le profesaba un amor incondicional y vivía pendiente de los programas de televisión en los que su ídolo aparecía, recortaba revistas, ahorraba moneda por moneda para comprar sus discos. Con la complicidad de su mamá y un amigo de la casa, engañaban a su papá para que la llevara al cine a ver alguna de sus películas.
Todos en la familia colaboraban avisándole sobre algún reportaje, programa, presentación en algún show o comprándole revistas que lo mencionaran.
Tanto era el amor que ese hombre había despertado en ella, que a pesar de haber conocido muchos otros hombres a lo largo de su vida, nadie pudo igualarlo. Todos los que la rodeábamos, sabíamos que era intocable y misterioso, pero a pesar de eso, siempre se hacía presente en las charlas, compartía la mesa y dormía con ella porque se adueñaba de sus sueños.
Por años, fui una espectadora de la fascinación que este hombre despertaba en millones de personas y temí que ella sufriera por este amor que la elevaba a las estrellas, envolviéndola en su música, cautivándola con sus gestos (que habían sido analizados en detalle), hipnotizándola con su baile sensual y sujetándola con su mirada.
Ella fantaseaba con hablarle y abrazarlo, aunque no estaba segura de sobrevivir a, tamaña experiencia.
Planeaba con anticipación todos los detalles cada vez que asistía a uno de sus recitales, o cada vez que trataba de acercase a alguno de los lugares donde él se iba a presentar, como una vez que le llevó un retrato hecho por ella a un canal de televisión en el que él grababa un programa.
Recuerdo que su padre lo criticaba, no solo por celos hacia tanta veneración de su hija por ese hombre, sino también porque era parte del ritual entre ellos, hasta era muy divertido oírlos porque todos sabíamos que ella encontraba justificación para todo lo que su ídolo hiciera.
Después de tantos años, todo en ella permanece intacto y tiene muy claro que a pesar de todo, nadie igualará jamás a ese coloso que supo resguardase bajo la sombra de una nube tras un muro de cemento y aún resplandeciendo con todo su brillo y cautivando los corazones de sus legiones de admiradores y enamoradas como el primer día… y para siempre.

20/08/08

Mis vacaciones



En esas noches en que me resisto a dormirme porque siento que el día no tuvo algo más que lo cotidiano, comienzo a recordar episodios que bien podrían ser fotos desprolijamente guardadas en un cajón. Hoy por ejemplo, recuerdo mis vacaciones cuando cursaba la escuela primaria.

Todo comenzó cuando era muy chiquita e íbamos con mi mamá a visitar a mi madrina, que era una persona dulce, algo dispersa y también porque no, aniñada. En esa época yo contaba con uno o dos añitos y aunque no tengo muchos recuerdos de esos días, pero algunos puntuales me quedaron grabados.
Mi tía (madrina), tenía por vecinos, a un matrimonio con tres hijos; dos nenas mayores y un varón que tenía un año menos que yo. Eran lo que se podía decir… una familia ideal. Hermosísima casa, dos autos, mucha educación, alegría y un perro llamado “colita”. Él, trabajaba en una fábrica y ella era maestra (¡Cómo cambiaron los tiempos!). Bueno, el caso es que, como antes se acostumbraba a jugar en la calle, de a poco los fui conociendo y haciéndome amiga con el paso de los años.
Cuando cumplí tres años, mis padres, se mudaron a Mar del Plata, porque les interesó una propuesta de trabajo, pero pasado un año aproximadamente, esa propuesta llegó a su fin y se complicó mucho la situación, por lo que mi madrina y su marido, me llevaron un año a vivir con ellos. En este tiempo viví una experiencia que me marcó mucho, porque ya que ellos no tenían hijos, yo cumplí con el papel de hija única.
Mis tíos tenían una enorme y confortable casa, con jardín, quinta, árboles frutales y un inmenso gallinero con pollitos y todo.
Como era costumbre en otras épocas, los vecinos de confianza, solían tener una puertita que comunicaba los patios de ambas casas y mi tía no era la excepción.
Las siestas eran tradicionales y los niños debían dormirse sí ó sí, pero yo soy de las que no duermo siesta porque me despierto de muy mal humor y esto me pasaba desde muy chiquita.
Como la gente antes usaba métodos muy “persuasivos”, los niñitos aunque sea, fingíamos dormir. Alguna de las explicaciones que nos daban eran: -Ahí viene “la solapa”, ¿La escuchás?- y no era más que la sirena de la fábrica, pero todos corríamos adentro muertos de miedo (¡Así quedé!).
Pero, como la siesta se hacía interminable, llegaba un momento en que te dormías de aburrimiento, o te levantabas y salías al patio (porque la gente no cerraba las puertas). El caso, es que yo me llevaba una sillita y espiaba que hacían los vecinitos y cuando podía, metía un “bocadillo” en sus conversaciones para que ellos advirtieran mi presencia e invitaran a ir a jugar a su casa.
Los días eran de una rutina maravillosa. Me levantaba a las diez, tenía mi ropa planchada en el fondo de la cama, mis zapatillas entalcadas y mi desayuno preparado, después si hacía falta iba a hacer mandados con mi tía. Más tarde venía el almuerzo seguido de la “bendita” siesta que comenzaba a la una y terminaba a las cuatro, hora en nos disponíamos a bañarnos, cambiarnos con ropa más linda y lucir nuestras pulseritas, collares y anillos de oro (¡Diooos!, ¿Era en este país?). En fin, como decía, paso seguido, merendábamos e íbamos a jugar a la vereda. Había tantas opciones para jugar, que el horario se prolongaba hasta la hora de la cena, pero en verano, todavía existía un plus, cuando la cena terminaba, los mayores sacaban la silla a la vereda y conversaban entre sí un tiempo más, mientras nos miraban jugar y reír en ese mundo mágico que no supimos heredarle a nuestros hijos.
Cuando cumplí los cinco años, volví para comenzar el colegio, pero todos los años, mi tía venía a buscarme en vacaciones para revivir una y otra vez esos maravillosos momentos.

27/07/08

Decidir mi destino.



Era una tarde que no recuerdo con detalles, debido a que sólo contaba con cuatro años, mis padres pensaron que era bueno que yo pasara un tiempo en casa de mi madrina (que era la hermana mayor de mi mamá). Ella estaba casada con un hombre que le llevaba diecisiete años y no habían podido tener hijos, pero eso no era un problema, debido a que se querían y necesitaban mutuamente.
En el año siguiente (1970), yo comenzaría primer grado y creyeron que era el momento oportuno para alejarme por un tiempo hasta que la situación económica mejorara. Esa tarde, partimos llevando mi bolsito amarillo, la “pepona de mi hermana” y mi tristeza. Mi tío se había jubilado como ferroviario y no le era tan costoso viajar en pullman y con dormitorio. Nunca había vivido esa experiencia, pero como ellos eran tan buenos, también recuerdo que iba algo ilusionada.
Mis días en aquella casa, se transformaron casi en un cuento de hadas. Por las mañanas, me levantaba a eso de las diez, en el fondo de mi cama, siempre tenía un vestidito bien planchado y en el piso, las zapatillas (o zapatos) impecables y con talco. El desayuno estaba servido, con tostadas y dulce casero, o torta. Por lo general en las mañanas salíamos a hacer algún mandado y después volvíamos a almorzar. La siesta, en aquellos tiempos era sagrada y mi tío solía lavar los platos para que mi madrina, no tardara tanto en irse a descansar.
En aquella época, era algo común tener un puertita que cotaba el ligustro y nos permitía tener acceso a la casa del vecino (sólo cuando era necesario). Es así, que yo sabía que en la casa lindante vivían tres niños, dos nenas y un varón y como es de suponer, los observaba jugando en su parque o jugando en su pileta de lona a la hora de la siesta. Por las tardes, al terminar la siesta, merendábamos, nos bañábamos, nos poníamos “la ropa para la tarde” y las cadenitas, pulseritas o anillitos de oro que tuviéramos. Con la puerta de calle abierta, los chicos salían a jugar a la vereda mientras que algún mayor los cuidaba sentado en la verja de su casa o en alguna silla que era sacada afuera.
Poco a poco comencé a participar de los juegos que organizaban los chicos de la cuadra, a pesar de mi gran timidez. Un día los vecinitos de al lado, me invitaron a ir a jugar a la hora de la siesta a su casa, pero cuando en medio de los juegos sonaba la sirena de la fábrica, corríamos a escondernos porque nuestros mayores decían que era “la solapa” que venía a buscar a los niños que no dormían la siesta. Por las noches, después de cenar y si el tiempo acompañaba, todos salíamos a la vereda, los mayores acercaban sus sillas a las de los vecinos y los chicos organizábamos juegos. Corríamos hasta que alguien decía que era hora de dormir y refunfuñando entrábamos a nuestras casas a bañarnos y a dormir.
Los días transcurrían entre algunas prohibiciones de mi madrina y permisitos de contrabando de mi tío. El otoño llegó y con él, las lluvias y los vientos, las tardes se desteñían en grises y yo solía pasar largas horas “en la tiendita” que tenían mis tíos. Era un pequeño negocio que me fascinó por los colores de las telas, los dibujos de las puntillas, la suavidad de las cintas razadas, las cintas al bies, el brodery y la infinidad de variedad de camisones y ropa interior que aún hoy tanto me atraen.
Y después del otoño llegó el invierno y más tarde la primavera y nuevamente el verano. Sólo recibía de mi familia cartas que me leía mi madrina. No estaba triste y no entendía muy bien cual era la situación, pero dentro de mí, sabía que esto iba a terminar y no había certezas de cómo me iba a sentir cuando regresara y ya no fuera la nena consentida y mimada que vivía con todas las comodidades en una gran casa.
Como todo en la vida, llegó el momento de regresar, a pesar de mis miedos y la profunda tristeza de mis tíos que no tendrían más mi imagen infantil llenando sus días.
Recuerdo que mi familia vivía en una pequeña casa, muy humilde, porque aquellos años fueron terriblemente difíciles. Mi madre abrió la puerta y no sé cual de las dos retuvo más tiempo las lágrimas, lo que sí sé, es que me contaron que mi hermana lloraba por las noches y pedía que yo regresara. De ahí en más, me queda el recuerdo de mi hermana que sacó una moneda de un peso que guardaba para mí y me llevó al kiosco para comprarme caramelos.
Se acortaban los tiempos y mis tíos con todo el dolor en sus almas debían partir, pero conservaban la ilusión de verme corriendo a sus brazos y regresar conmigo. Pero, a pesar de mi corta edad, tuve la responsabilidad de decidir el destino de varias personas, entre las que me incluyo. Mi madre les dijo a mis tíos que la decisión era mía y yo opté por elegir a mi hermana que no dejaba de mirarme con la desesperación de perderme una vez más...

Encontrar otro lugar.

Tal vez por mi corta edad, no recuerdo exactamente en que el mes, pero si sé, que corría el año 1968. Vivíamos en una ciudad que está a unos 100km de Buenos Aires.
Yo tenía tres añitos y mi hermana algunos más. Mis padres eran personas que creían en que el progreso se conseguía a base de sacrificios y trabajo, por ese motivo, decidieron probar suerte en otro sitio. Fue así, que en su afán de encontrar el lugar que les brindara otras posibilidades, decidieron que mi padre viajaría a Mar del Plata en busca de un trabajo que les permitiera realizar tal sueño.
En uno de los tantos viajes, le ofrecieron un trabajo como encargado de un hotel. De inmediato, comenzaron los preparativos y finalmente, dejamos atrás los parientes, la “chatita”, mi amiguita María José, el trabajo de mi papá en la fábrica y la casa que alquilábamos. Como es de suponer, no tengo muchas imágenes claras, pero sí recuerdo una, la de mi amiguita llorando desconsoladamente mientras la saludábamos a través de la luneta trasera del auto que nos llevaba a la estación.
El hotel no era muy grande y no tenía demasiados residentes, porque creo que había terminado la temporada, esto lo deduzco porque yo cumplo los años en Julio y recuerdo que mi madre me hizo una torta decorada con gajitos de mandarina para cuando cumplí 4 añitos.
Nos divertíamos mucho subiendo y bajando por las escaleras y recorriendo los pasillos de las habitaciones vacías. Recuerdo que un día, vino un vendedor con la novedad de una pantalla que se ponía sobre la del televisor, y según él, de esta manera, se podía ver imágenes en color. Lamento decepcionarlos, pero sólo se trataba de un celuloide pintado con rayas transparentes de colores.
Como nada es eterno, un día vino el dueño y dijo que iba a poner a la venta el hotel. Como es de suponer, así comenzó la odisea de encontrar otro lugar. Gracias a Dios, mis padres nunca nos hicieron sentir la preocupación y desamparo que sentían en esas circunstancias.
Esta etapa de nuestras vidas fue muy difícil, porque era complicadísimo sobrevivir en un lugar que revivía cuando llegaban los turistas y la gente se agolpaba en las playas y las calles del centro, mientras miraban al mar como quien observa deslumbrado un ocaso en el campo o el cielo despejado de una noche de verano.
Sería muy tedioso contarles todos los lugares en los que vivimos, lo que sí es verdaderamente
importante era la fuerza que mis padres le ponían a todo. Mi madre era modista y mi padre era electricista, pero los dos habían aprendido a hacer infinidad de otras cosas. En las etapas en que el trabajo bajaba mucho, mi padre (que era muy habilidoso trabajando la madera), hacía fosforeras, repisitas etc., luego, entre los dos las pitaban y barnizaban y mientras mi madre nos cuidaba y cosía algunos encargues para los vecinos, mi padre tomaba la bicicleta y con el bolso lleno de mercadería, recorría las calles de los barrios ofreciendo (siempre con un chiste o una sonrisa) los diferentes modelos de sus productos. Pedaleaba hasta vaciar el bolso. En esas gélidas noches de los inviernos marplatenses, esperábamos preocupadas escucharlo silbar a lo lejos y momentos después abría la puerta con sus manos semicongeladas, una sonrisa en los labios y caramelos.
La temporada de playa para nosotras, comenzaba con los primeros días primaverales, cuando mi madre al volver del trabajo, nos pasaba a buscar al colegio con un bolsito (al mediodía) y de ahí, nos íbamos a la playa a disfrutar del privilegio de jugar de locales. Esto compensaba el miedo que nos provocaban las tormentas de huracanados vientos que nos hostigaban en los interminables inviernos.
Con el tiempo mis padres lograron comprar un terreno y construir una casa rodeada de árboles frondosos.
En Abril o Mayo de 1974, mis padres decidieron vender todo y mudarse a capital y así empezó otra historia, pero allí quedaba mi infancia de inocencia y recuerdos de arena y sol.

Norma.

Mi identidad



De raíces italianas, con sueños de prosperidad. Con historias tan
románticas, como la de mi abuelo enamorándose de una muchachita de
agraciada voz, que cantaba asomada en un balcón, de la novelesca
Venecia. De esa unión, sellada en Italia, nacerían ocho pequeños
(siete argentinos).
Desde Ancona partía un barco con un joven de diecisiete años que
escapaba de la guerra. Con un cargamento de soledad y sin conocer
siquiera su segundo nombre. Poco sé de esos primeros años, pero marcó
su vida al enamorarse, con casi treinta años, de una encantadora
criolla de quince años, que posteriormente fuera madre de sus seis
hijos. Mi papá, uno de los más pequeños y el único que heredó el
rojizo cabello de mi abuelo.
El mar en sus azules ojos, el recuerdo indeleble de sus familias, de
su idioma, de sus dialectos y las ilusiones pagadas con sudor durante
las sequías de los colosales campos pampeanos y las perpetuas horas
de abnegado esfuerzo en los hornos de ladrillo.
Mis padres, casi nómadas, eternos idealistas, en busca de su lugar
en el universo.
Mi padre, era una especie de mago-inventor, un sabio sin títulos, un
optimista compulsivo, un santo por su generosidad casi extrema, un
infante por su simplicidad y sus berrinches, un paradigma por su fe y
su alegría, un imperecedero padre y esposo.
Mi madre, es el tesón, la lucha, la organización, la honestidad. Fiel
a sus amigos, sus recuerdos, sus principios, sus nostalgias, su amor
a la lectura (que heredó de su padre).
Muy adelantada para su época en ideales, afable y tolerante.
Mi única hermana en esta vida, es sinónimo del desinterés y fidelidad
aprendida. Firme en ideales, optimista, amante de la libertad y del
espacio que le permiten encontrar sus pequeños paraísos.
Ellos son una fracción de mi identidad, otra segmento la forje
abriéndome paso entre la multitud, haciéndole frente a las penurias,
cargando con mis errores, haciéndome amar, batallando, pretendiendo,
asimilando de cada experiencia propia y ajena... existiendo.
El toque final, fue esculpido con mi compañero reelegido e hidratado
regularmente de la sapiencia de mis hijos. Ellos son los eslabones
forjados con mi orgullo... uno de ellos, elabora en su vientre otro
eslabón para alargar la cadena de mi identidad.
Entiendo que la identidad es más que un nombre... o una huella digital.

Extasiada de sonidos.



Mis brazos cruzados sobre la mesa, mi cabeza reposando sobre ellos,
un silencio de voces en el entorno y mi cuerpo se distiende. Entorno
mis ojos y relajados mis músculos, delinean una sonrisa a mi
expresión.
Me alcanza la dulce melodía de unas aves y voy desandando el tiempo.
Me vuelvo niña extasiada de sonidos, coros de aves celestiales,
sonidos de paz sobrevolando campos inmensos, frondosos de vida,
infinitos de ecos ancestrales, virginales de guerras, sordos de
bramidos de mar, huérfanos de retumbos humanos. El crujir de las
hojas otoñales, la casi imperceptible eufonía de las flores
bostezando, una gota de agua que cae, estalla y se expande en
círculos.
El viento en su perpetuo juego, envuelve al nogal, sacude al pino y
menea el paraíso, en su incesante melodía oscilante, abraza, huye,
retorna y se repliega en un vaivén de silbidos.
Voces del pasado, hoy ya desvanecidas, vienen desde el recuerdo a
hurgar en mi puericia, e irrumpen en mi paz con su alegría, vetando a
la muerte que nos distancia.
Mi padre con su voz me trae tardes de chocolate con churros y de
cuentos, de inventos, de ilusión y de sorpresas, de proyectos y risas
a la mesa. Tía Luisa con su voz amasa panes, hace tortas de limón,
cocina dulces, se ataja el sol con una mano y se aleja con andar
apresurado. Abuela Ninfa con voz me cuenta historias, brilla con
kerosén el piso del zaguán, se toma un té, juega al chinchón y barre
el patio con la escoba de paja mientras las gallinas picotean la
comida.
El rechinar de la puerta, el sonido metálico del picaporte, el agua
llenando la pava, el golpecito de la puerta de la alacena, el intento
del roce que enciende el fuego, el hurgar en la caja del té, el vapor
que hace bailar la tapa, nuevamente el agua cae como catarata y se
acomoda... finalmente el repicar de la cucharita que se baila un vals
en la taza. Escucho una voz nacida en mis entrañas que me agita
diciendo... –Má, ¿te quedaste
dormida?.

Autorretrato



Tomo mi paleta de papel y mis pinceles pelados. El espejo enfrente

de mí, la silla, el escritorio y las miradas indecisas que no pueden
resolver que retratar.
Improviso un bosquejo a grandes rasgos. Estatura media, acorde el
peso... normal, castaño el pelo y los ojos, tez blanca, manos y pies
pequeños y el cabello natural, sin peinados, medio largo, sin tintura
y alguna cana escondida que me delata la edad.
Paso a los detalles de mis manos imperfectas, que han lavado,
cosido, planchado, mimado, curado, bañado, calmado, vestido,
advertido, cocinado, barrido, colgado, tendido... y escrito palabras
que desnudaron mi alma. Mis ojos que han sonreído tanto, mis noches
de llanto que también me han navegado, mis iras denunciadas y las
contenidas que me ensombrecieron la mirada.
Fusiono los colores con tonos naturales. Montañas, lagos y sol para
matizar mi paz. colosales campos sembrados para mi libertad, cuevas
de hielos eternos para mi tristeza, prados de coloridas flores para
mi niñez, oleajes de indescriptible vigor para mi cólera, pájaros de
indefinible divinidad para mi concepción, mágicas comarcas para mi
origen... y rosas de fuego para mi amor mortal.
Un abanico de gamas en mi espíritu, inmaculados blancos para derogar
las guerras, insondables azules para purificar, verdes perpetuos para
prosperar, anaranjados penetrantes para la ternura, ambarinos
insulsos para mi indiferencia, grises asfixiados para mis rencores,
rozados intensos para mi júbilo, castaños prolongados para mi
constancia y concluyo mi obra con pinceladas en carmesíes de
vehemencia para mi intimidad.
Soy una radiante luminiscencia oculta, soy un río manso que no
dimite su transitar, soy un brote nuevo, endeble, expuesto y a su vez
un titán de pasmosa fortaleza. Soy un junco, una piedra, un volcán
adormilado, un sauce, soy tierra simple y productiva, un ocaso de sol
por su nostalgia, un iceberg por mi reserva, madero sediento de
conciliación y extenso abrazo para cándidas victimas.

miércoles, 2 de febrero de 2011



Sosteniendo el cielo

Mis pasos son nubes sobre el pavimento,
desprende mi alma sus versos dispuestos.
No pretendo nada... pero siempre espero...
su aroma es verano sobre mis deseos.

Cálidos los brazos sosteniendo el cielo,
suave en su mesura de amor y misterio.
Abriendo un camino después de los claustros,
sus manos dibujan el verso esperado.

Cambia el escenario, ordena y alinea,
deja su presencia en cualquier hendija.
Se acelera y corre, se apacigua y calma,
tiene una maestría sobre las palabras.

Tiene ese dominio sobre lo propuesto...
se acerca, se aleja, se exhibe dispuesto.
Con pasos pesados o sutil pisada...
pinta los paisajes para su mirada.

Elijo esa voz de ternura y calma,
elijo ese sueño que pende del alba.
Lo elijo... lo siento, trasluce y hechiza,
lo firma en caricias sobre su sonrisa.

Norma Marchetti
2/2/11
http://www.youtube.com/watch?v=gqLV17MotFg