traductor

domingo, 1 de junio de 2025

A PESAR DE TODO Capítulo 3 "La decisión"

 


 Llegó el día en que mi padre, parecía haber encontrado la solución para que la familia volviera a reunirse. 

 La noche que nos preparamos para regresar a Mar del Plata, cenamos temprano y tratamos de dormir ni bien nos acostamos, pero yo ya tenía el hábito de no dormirme tan temprano y me costó poder sumergirme en ese extraño mundo de los sueños.

 En el silencio de la noche, se escuchaba la bocina de algún tren, por la cercanía que tenía la casa de mis tíos de la estación Mercedes. 

 El reloj de cuerda, sonaría a las cuatro de la madrugada. El frío y el sueño, conspiraban para que la confusión ralentizara los pasos y provocara en mi una sensación de incomodidad y temblor.

 Mis tíos nos acompañaron a la estación y nos ayudaron a subir las valijas. En aquellos años, los andenes eran bajos, por lo que los pasajeros, estaban obligados, a subir dos o tres escalones y las puertas eran más angostas, complicando así la tarea de acomodar las pesadas valijas y los bolsos.

 Sinceramente no recuerdo el viaje, supongo que me habré dormido, hasta el obligado trasbordo en Liniers, pero, si había asientos vacíos, era más fácil improvisar una camita con unas mantas.

 El reencuentro con mi padre fue feliz, pero, a pesar de no tener una imagen clara del momento, si creo haberlo visto más delgado y más bronceado.

 El departamentito era muy pequeñito, porque formaba parte de la casa que estaba al frente del terreno, pero dividido con una pared, y al fondo, vivía el hijo de la dueña de casa, al que mencionaré como Mucha ( porque ese era su apellido), con su mujer y sus tres hijos, con los que jugaríamos, porque teníamos un patio en común. Mi madre intentó enseñarles algunas normas de conducta de principios lógicos, pero por momentos, la ignorancia, los hacía caer en extremos, donde el bienestar de sus hijos era puesto en peligro.

 Mucha, era un personaje irresponsable y "ventajero", que aprovechándose del oficio de mi padre y valiéndose de sus contactos para encontrar trabajo, solo iba y venía, mientras mi padre se esforzaba al máximo, para cumplir con los pedidos. El caso es, que faltaban pagos de trabajos entregados y ese dinero nunca llegaban Las excusas se acumulaban, hasta que empezó a faltar la comida, mientras que ellos, no disminuías en nada su forma de vivir. 

 No recuerdo muy bien que pasó, e incluso, todo pudo haber sido mucho más grave de lo que me contaron. Solo me contaron que mi padre descubrió, ya sea porque fue a hablar, o porque lo dedujo, que todos los pagos se habían hecho en el tiempo estipulado, pero nosotros no habíamos recibido más que migajas. Así fue que mi padre, un hombre pacífico y amante del diálogo, fue a confrontar a Mucha, enardecido por la injusticia, furioso por todo lo que había trabajado y por la tremenda situación que estábamos padeciendo. Me contaron, que como se decía en el barrio, mi padre lo quiso "agarrar a trompadas" y Mucha, se escondió a su casa, lo que provocó que alguien llamara a la policía por los gritos, pero obviamente, que el reclamo de mi padre fue justificado.

 Mi tía Luisa y mi tío Tito, llegaron de Mercedes, supongo que después de recibir alguna carta o telegrama de mi madre, porque en esa época, poca gente tenía teléfono. Creo que en esos días, operaron a mi hermana, y cuando despertó de la anestesia, yo estaba tan cerca, que me pegó sin querer y una enfermera llamada Celeste, me trajo un cuaderno y unos lápices, para calmar mi llanto.

 Algo se conversó entre los adultos, y de tarde, dejé a mi familia y viaje, con mis tíos a Mercedes... solo tenía cuatro años. 

 Tomamos el tren ya de noche y supongo que habré extrañado y habré llorado mucho, no lo recuerdo. Mis tíos estaban muy preocupados por contener mi angustia, y esa noche, conocí lo que era el camarote de un tren y no recuerdo bien porque, pero pasamos una segunda noche en un pequeño hotel.

 Mis días en Mercedes, pasados las primeras angustias y los llantos, eran soñados. Al despertar, tenía el vestidito que iba a usar por la mañana, planchado en el fondo de mi cama y en el piso, los zapatitos lustrados y con talco. Mis tíos, compraron una estufa más grande para el invierno y se volvió tradición, hacerme dulce de higos casero, como postre para el almuerzo y mi tía me hacía todas las tardes, para la merienda, una torta de limón casera.

 Por las tardes, después de la hora de la siesta, mi tía, me preparaba la bañera con espuma para bañarme, después merendaba y usaba un vestidito "de salir", con mis pulseras, anillo y cadenita de oro, que aunque hoy, parece irreal, era posible y cotidiano para todos. Este ritual, era para salir a comprar con mi tía o para salir a jugar con los chicos que vivían al lado de la casa de mi tía, Marcela, Silvia y Javier. Ya en la calle, se sumaban otros chicos del barrio y en verano, a menos que a alguno, le tocara vacaciones, era reunión obligatoria para rondas, manchas, rayuelas, saltar a la soga o al elástico, y eso se prolongó por muchos veranos hasta que se nos escapó la infancia. Y cada tanto cortábamos el juego, para ver las luciérnagas que encendían y apagaban su magia, en un terreno que no había sido vendido y del que a veces, cortábamos hinojo y lo íbamos a lavar para comerlo.

 Este momento único de la tarde, se veía interrumpido por la cena y después, padres o abuelos, salían con sus sillas a la vereda, y mientras ellos conversaban, nosotros continuábamos en juego hasta las once de la noche aproximadamente.

 Fue mi primer invierno con ellos. Aprovechaban los días de lluvia, para acomodar o remarcar la mercadería de la tienda, situación que me fascinaba, porque podía ayudar y observar las telas, las puntillas, los botones etc

 Las cartas llegaban de vez en cuando y el intercambio era muy lento, pero me fui adaptando. Mi tía respondía por mi y me leía las correspondencias que llegaban desde Mar del Plata.

Yo tenía un placarcito con mis vestiditos perfectamente planchados y mis tapaditos. Mi tía Anita y mi tío Jorge, vivían en el campo, pero a ella le encantaba la ciudad, y siempre visitaba a sus hermanos, por lo tanto, la veía con frecuencia. Cuando pasaba por la casa de mi tía Luisa, se llevaba algunas telas para hacerme unos vestiditos, ya que todas mis tías eran modistas, y mi abuela también, pero lamentablemente había fallecido cuatro años antes de mi nacimiento.

 La casa de mi tía era muy amplia y luminosa, pero el patio y el fondo... eran mi lugar mágico, de exploración y fantasía. Al salir de la cocina, estaba la galería, donde he visto a mis tíos, elaborar jabón, vino y conservas de todo tipo. Después, por la izquierda,  el piletón del patio, donde jugaba, con juguetes heredados de mis primos y unas sillitas chiquitas de paja. A continuación, el galponcito de las herramientas, el horno de barro, un inmenso gallinero y al fondo, una enorme higuera de higos rojos. Al costado del gallinero había flores y los pasillos eran de piedritas.

 En el centro, una gran parra de uvas negras, rosadas y blancas, un patio de ladrillos y la quinta de mi tío, con frutillas, pepinos, tomates, zanahorias, zapallos, varios tipos de lechugas y seguramente había mucha más verdura que no recuerdo, árboles de mandarinas, limones, ciruelas, duraznos, naranjas y otra gran higuera de higos amarillos. 

 A la derecha, sobre el frete, la casa tenía un garaje, que alquilaban, y a continuación,  un gran espacio para los rosales de varios colores, todos, dentro de un cerco, y más al fondo, otras flores y árboles. Para dividir el terreno de mi tía del de la casa de mis amigas. Un alambre tejido con ligustro dividía el terreno de mi tía del de los vecinos y al fondo, una puertita de reja, que comunicaba las dos casas, para asistir al vecino por si surgía alguna emergencia.

 Ese año, fue marcado por la llegada del hombre a la luna, y lo recuerdo, porque fue la madrugada posterior a mi cumpleaños número cinco. Y allí estuvimos, con sueño, parados frente a un televisor, en donde, con dificultad, podíamos apenas distinguir una sombras que presumíamos como el gran evento del que estábamos siendo testigos.

 Mi cumpleaños número cinco, no fue lo que hubiese preferido, a pesar del empeño de mis primos. Vinieron mis primas y algunos vecinitos, pero... en un momento se fueron para hacerme una broma, supongo, y terminé llorando... como siempre. Divertido, en el verano, era el cumpleaños de una de mis amigas. Su familia, era muy amable y simpática, sobre todo, los abuelos. 

El conflicto se desató, cuando uno de mis tíos, se enteró que mis padres iban a aceptar que mis tíos me adopten, para que tenga una mejor vida y mi tía ya me había dicho que solo necesitaban mis papeles para reservar mi vacante en un colegio privado y en una escuela de danzas flamencas, ya elegidas. Este tío que no estuvo de acuerdo, habló con mi madre, para que reflexionara sobre la decisión, y finalmente, llegaron a la conclusión, que yo decidiría con quien quedarme.

 Después de un año de vivir con mis tíos, debía volver a Mar del Plata, y elegir cuál sería mi destino. Yo lloraba, porque ya no quería volver, aunque sí extrañaba a mis padres y mi hermana. Definitivamente, no tenía idea a que tenía que enfrentarme, y mucho menos, que al definir mi futuro, arrastraría una extraña sensación que me hace pensar que estoy de mas o que siempre molesto.

 Mi tía me había prometido, que antes de ir a Mar del Plata, iba a  llevarme a pasear a Palermo y cumplió. Era un día de calor, pero de mucho viento, y para sacarme una foto, me pusieron invisibles en el pelo, para que no salga despeinada. Mi tía eligió un fotógrafo de esos que quedaban en los lagos de Palermo, con sus cámaras enormes en trípodes y una tela oscura por detrás, donde se ubicaba el fotógrafo.

 Mientras tanto, mis padres, se habían ido del lugar en el que vivíamos. a causa de las peleas y unos vecinos que vivían enfrente, les habían prestado parte de su gran terreno, para que instalaran una casa prefabricada.

 Recuerdo que golpeamos la puerta, mi madre abrió la puerta, me abrazó y nos pusimos a llorar. Después mi padre me abrazó y el contraste era grande. Mi hermana, quería convencerme, que en ningún lugar podría estar mejor que con ellos y después fue a buscar una moneda de un peso que tenía guardada y fuimos al kiosco a comprar caramelos.

 Ya de tardecita, debía tomar una decisión. Recuerdo que vi a todos con lágrimas en los ojos y a mi hermana llorando con desesperación. No sé como, pero tuve la lucidez, de elegir la inocencia de mi hermana y su generosidad de compartir conmigo la moneda que estaba guardando desde hacía mucho tiempo. Mi tío, miró mi bolsito amarillo con mi ropa aún en el interior y dijo una frase que nadie olvidaría... _¿Volverá algún día ese bolsito a casa?.. 

 Y como no podía ser de otra forma, la vida sería más dura a partir de ese momento, pero siempre volvería en vacaciones a la casa de mis tíos, hasta que, a mis trece años, falleció mi tío Tito a los ochenta años.